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Antonio Papell

¿Pesimismo u optimismo?

La crisis económica, que nos atacó súbitamente y a traición cuando creíamos estar en el mejor de los mundos, con el desempleo reducido a niveles europeos, superávit público en los últimos ejercicios y el PIB per capita aproximándose provocativamente al de Italia, nos sumió como es natural es una profunda decepción, que en algunos casos y para ciertos actores ha degenerado en depresión. De la euforia de haber edificado un gran país, puntero en Europa y en la globalización, pasamos en pocos meses a una intensa sensación de fracaso. La ciclotimia histórica de los españoles, el paso del cero al infinito en apenas una generación, se había vuelto a reproducir, con razón o sin ella. Y en esas estamos: como en 98, una profunda reconcentración de los intelectuales se ha contagiado a la ciudadanía, que se ha cargado de dudas sobre la cualidad del presente, las capacidades que nos permitan progresar y las expectativas futuras, turbias y grises de momento.

No es este el lugar para antologías pero sí para reseñar este fenómeno y dar algunos ejemplos. Uno de los ensayos más resonantes sobre la crisis ha sido Todo lo que era sólido (2013), del académico Muñoz Molina (el libro ha sido objeto de agrio debate recientemente), que alcanza una elevada calidad literaria, como todo lo de este ilustre académico, pero que precisamente por ello derrama un pesimismo que a veces parece más estético que verdaderamente fundamentado. Diríase que Muñoz Molina sigue con pasión a Lorca "el optimismo es propio de las almas que tienen una sola dimensión" y desdeña a Ortega, quien se definía como un "ortodoxo del optimismo".

Sobre esta pátina decadente que dibuja Muñoz Molina han escrito diversos periodistas/ articulistas/ intelectuales. José Antonio Zarzalejos, por ejemplo, publicaba hace apenas unos días un artículo titulado "El declive español y los ocho fracasos nacionales", en que enumeraba las principales razones de nuestra decadencia, no todas imputables al sistema político económico sino también a las carencias del sistema social, a la idiosincrasia de los españoles.

Sintéticamente, las causas apuntadas por el articulista vasco son éstas

1.- Recesión demográfica. 2.- Envejecimiento de la población. 3.- Proletarización de las clases medias. 4.- Corrupción exorbitante. 5.- Desigualdad creciente. 6.- Economía anticuada. 7.- El sistema político, cuestionado. 8.- Crisis de elites. "

Estamos, evidentemente, andando sobre terrenos subjetivos, por lo que cabe invocar el oportuno símil de la botella medio llena o medio vacía según la describa el optimista o el pesimista. Pero muchos pensamos que España, que ha sufrido una crisis pasajera debida a la evolución cíclica de la propia historia, tiene muchas y poderosas razones para el optimismo. Un optimismo que debe estimular a los emprendedores, tanto en el terreno político como en el intelectual.

He aquí algunos argumentos sobre los que apoyar el optimismo:

-Nuestro país tiene (2015, datos del FMI) un PIB per capita de casi 35.000 dólares, lo que nos concede el puesto 32 en el mundo. Nuestras empresas han conseguido un grado de internacionalización admirable. España es un modelo en materia de promoción de la mujer. Somos ejemplo mundial en la extirpación de la xenofobia, pese a haber admitido abundante inmigración en los últimos años. Somos modelo en materia de progreso social y en derechos civiles. En las últimas décadas hemos experimentado una gran expansión en I+D. Hemos vencido al terrorismo de raíz nacionalista sin la menor claudicación del Estado.

España está en cabeza en el desarrollo de Internet y en la desaparición de las distintas brechas digitales. La tasa de delincuencia de España es de las más bajas del mundo, incluso en época de crisis. La lista podría hacerse interminable, pero con esta relación es suficiente para poner de manifiesto que el pesimismo no se basa en datos incontrovertibles. Seguiremos reflexionando.

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