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La adaptación y sus modos

Presumo que nadie, el pasado diciembre, depositó su voto con la sospecha de que no iba a servir de nada salvo propiciar un lamentable espectáculo que a saber si continuará tras el intermedio del 26 de junio. Frente a semejante despropósito, que cada protagonista viste como mejor le conviene, sólo podemos hacer de tripas corazón y esperar a que finalmente las circunstancias faciliten una investidura que contente a la mayoría.

Esa espera supone adaptación; teñida de cuanto ustedes quieran entre la indignación y el pasotismo en los extremos pero adaptación a la postre, que es el único modo de seguir socializados sin tomar la Bastilla o verse condenados a la soledad. Dicho proceso entraña siempre una elección y escoger supone también renunciar a cambio de contrapartidas, lo que no siempre significa sentirse cómodo ni abdicar de lo que se juzgó inviable. En esa línea sólo cabe consolarse diciéndose que nada es definitivo, aunque la provisionalidad pueda durar lo que la propia vida. Porque vivir es adaptarse y, como dijo un filósofo, pasar de un espacio a otro atento a no golpearse.

Acomodarse, en fin. Y ya superada la edad en que solemos decirnos que a la aceptación de lo no deseado le den por retambufa, es lo que el destino nos tiene reservado, bien que con diferencias según estatus y recursos económicos, época o sexo, entre otras cosas. A título de ejemplo, para algunos siempre quedará Panamá; tampoco es preciso remontarse demasiados años para saber que el tardeo con cuatro copas era antaño impensable para las chicas o, ya metidos en diferencias de género, recordar que para el camino en pos de la igualdad aún lejana, la lavadora ha contribuido en mayor medida a la liberación femenina, como apuntó Doris Lessing, que la toma de conciencia masculina respecto a las injustificables diferencias.

¿Qué quiero decir con ello? Pues que en ocasiones y para conseguir un estar aceptable y aceptado (la adaptación), los años y consiguiente experiencia juegan su papel; que el contexto histórico por el que se transita es de capital importancia y, para no seguir, que los avatares sin previa planificación pueden ser determinantes para un equilibrio mayoritariamente admitido y que no siempre lleve aparejada la resignación individual, de un sector o incluso de todo un género aunque, pese a todo, el talante juegue su papel y las querencias se trate del mus, el fútbol, las tiendas de moda o el parque para dar de comer a las palomas sean otras tantas formas de reconciliarse con los tiempos que nos hayan caído en suerte.

Para el deplorable escenario político actual, con el desgobierno como colofón, también la adaptación ha sido necesaria, echando mano cada cual a los recursos de que haya dispuesto para hacerla, si no gozosa, llevadera. Nadie ha podido evitar la inmersión en la corriente de necedades, palabreo, egocentrismos y corruptelas que nos han arrastrado hasta aquí, y mantenerse siquiera con la cabeza fuera ha exigido de cada uno apelar a los salvavidas propios de su condición, en espera del remanso donde poder mirarse y hacer balance tanto de las renuncias como de los logros, asumiendo a la postre que las cosas son como son. Muchos, sobre todo de entre los más jóvenes, han pretendido emanciparse del pasado optando por una teórica alternativa que enterrase a la casta; una adaptación ésta, con base en cambiar la realidad y hacer tabla rasa de lo viejuno, que se va demostrando una quimera de corto recorrido a la luz de esos discursos coyunturales e iguales ganas, por parte de los líderes sobrevenidos, de hacerse con un sillón lo que, en todo caso, dice más de su adaptación que sobre la nuestra, a medio camino entre la voluntariedad y la obligación de seguir en semejante compañía.

En cuanto a las referencias femeninas, las he traído antes a colación porque no me pareció que llevar un bebé al Congreso anunciase un nuevo mecanismo adaptativo para favorecer la deseable conciliación, sino puro teatro. Por lo que atañe a la providencial lavadora y vistas algunas pintas, no estaría de más, sin perjuicio de que esforzarse en ser uno mismo pueda también pasar por el atuendo aunque la adaptación, cuando menos formal, chirríe. A este respecto, convendrá señalar el papel de disfraces y máscaras en los procesos de adecuación y que, en la actualidad, se han hecho visibles como nunca antes entre los voceros y cabezas de lista. Así, se intenta disimular la diferencia entre lo que se es y lo que se representa, utilizando el estereotipo adaptativo: ni más ni menos que, más allá de ropa o peinado, los discursos que se supone hallarán mejor eco entre los acomodados a la fuerza la mayoría de los ciudadanos, para entendernos. Por esta hipocresía, consensuada por encima de ideologías, habremos de transitar si queremos amoldarnos y a vivir, que son dos días. En otro caso, y de sostener que una adaptación circunstancial (y me estoy refiriendo a la del común de los mortales) no supone necesariamente aceptación, ¿se les ocurre algo que pudiéramos hacer?

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