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Los tiempos cambian

Los tiempos cambian, y con ellos, nos guste o no, los valores evolucionan. El respeto a los animales, consecuencia de una concepción más humanista de la naturaleza y del surgimiento de un ecologismo combativo y fundamentado, se ha incorporado a nuestros códigos, y determinados rituales en los que participaba el toro bravo, se han vuelto cada vez más incompatibles con las reglas de convivencia que nos abarcan democráticamente.

La proscripción del Toro de la Vega, en Tordesillas, una tradición de cinco siglos, es una prueba de esta evolución civilizatoria que nadie puede detener. No es de recibo, en el aquí y el ahora europeos, que una horda de ciudadanos salga al cambo en tropel para alancear una res. Pudo serlo antaño, cuando el hombre estaba aún uncido al yugo de la agricultura y de la ganadería, cuando la relación de la sociedad con la tierra era más primaria. Pero hoy, la sensibilidad ha cambiado.

Lo mismo puede decirse de la tauromaquia, que fue un bello espectáculo en otra época, cuando la estética realista transigía con el sacrificio de la bestia y la brega del hombre con el animal reavivaba antiquísimos mitos. Pero hoy, la fiesta está en inexorable decadencia. No hace falta que se prohíba democráticamente: morirá sola, por consunción, como desaparecen los seres vivos que dejan de adaptarse a su hábitat.

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