Diario de Mallorca

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No es necesario que los integrantes de cualquiera de las numerosas papeletas que se nos ofrecerán el 26 de junio para que elijamos meter una de ellas en la urna electoral sean gentes cultivadas, con conocimientos amplios en materia de ciencias y humanidades y hasta cultura musical. Ni siquiera los que estén en el primer lugar de la lista, que se supone que es el que compite por la presidencia del gobierno. No hace falta que sepan leer, aunque conviene, ni tampoco que, sabiendo hacerlo, sigan esa costumbre, por más que sería todo un alivio comprobar que les gustan las novelas y los ensayos. No es necesaria la lectura, sólo la oración porque las elecciones se han convertido ya en un ejercicio de fe religiosa con todos sus componentes de estampitas, rezos, santos y demonios, convirtiéndose en una ceremonia que, por cierto, admite la concelebración.

Pero en aras de su propio interés sería bueno que los políticos, los cabezas de lista al menos, leyeran las piezas más clásicas de la literatura que cabe llamar esencial. Y nada más esencial que los cuentos que autores como Samaniego escribieron para que sirviesen de moraleja a los niños pequeños. Anímense: la empresa no es difícil. Me atrevería incluso a aventurar que si un niño es capaz de entender y aprovechar una fábula con animales como protagonistas, al estilo de aquella de la zorra y las uvas, igual un cabeza de lista, de ponerse a leerla, la entiende. Cosas más raras se han visto y se verán a poco que las encuestas acierten.

Entre los cuentos con enseñanza garantizada el de la lechera es uno de los preferidos de cualquier padre que quiera enseñar a sus hijos a tener los pies en el suelo. Resulta espléndido a tal efecto: sencillo, fácil de comprender y lo bastante cercano a las avaricias humanas como para que sirva de moraleja. Puede sustituirse por un simple proverbio no vendas la piel del oso antes de matarlo pero por ese camino nos adentramos en asuntos como el de las acciones preferentes y tampoco es cosa de liarla. Volvamos a la lechera. ¿Habremos aprendido ya de niños gracias a la pobre niña que no hay que hacer castillos en el aire?

A lo mejor no. Uno de los cabezas de lista que sale más en los diarios estos días, por el hecho bien paradójico de que ha apostado por dejar de serlo para ir de la mano de otro, decía hace poco que si el pacto que ha contribuido a lograr tiene éxito el Partido Socialista Obrero Español debería ser su aliado. Bueno; no de él mismo sino del compañero que ha echado las cuentas mucho mejor. Pero sea de quien fuere resulta que no hemos entrado siquiera en campaña electoral, que la cita con las urnas queda a mes y pico de distancia, que en ese tiempo puede llover mucho en esta primavera de chubascos y que está por ver qué pasa con ese tándem en busca del palacio de la Moncloa. No vaya ser que el cántaro se les caiga antes de hora y al final, en vez de presidencia, vayan a quedarse con un mar de leche. O de lágrimas.

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