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Alcohol y turismo

Cunde la opinión de que Mallorca empieza a estar saturada. Los servicios públicos, el transporte, las carreteras, la sanidad, el agua, la electricidad, el tratamiento de los residuos y muchos otros? ya no dan para más. Además, nos sobran escándalos como los de la calle de la cerveza o las desvergüenzas de Punta Ballena y es probable que el odio al turista, que empieza a manifestarse en forma de pintadas en las fachadas, sea un problema que cada vez vaya a más.

No hay duda de que la dependencia del turismo proporciona beneficios indudables pero, a la vez, es una maldición. Es, por tanto necesario buscar la forma de maximizar los beneficios y minimizar los inconvenientes. O, en otras palabras, promover el turismo de calidad y rechazar los turistas indeseables.

Es probable que esos turistas indeseables coincidan en gran parte con el llamado turismo de borrachera. Tras una visita rápida a algunas páginas de internet veo que, si en promedio el precio del alcohol en Europa es de 100, en España es sólo de 88. Pero los coeficientes para Alemania son 119, para Francia un 135, y para el Reino Unido, 219. De forma parecida, una cerveza aquí vale, como promedio, 1.99 euros, mientras que en Alemania vale 2.50 euros, en Francia 5.90 euros y en Inglaterra 3.48 euros. No soy el único en buscar este tipo de información. El elevado número de visitas a estas páginas indica que hay muchas personas que buscan información sobre los precios del alcohol en los países a los que piensan viajar y es probable que esos precios formen parte del presupuesto de sus vacaciones. La conclusión es que si alguien nos elige por esta razón, es uno de los turistas que no queremos. Son demasiados los que vienen a Mallorca, no a disfrutar de sus playas ni sus paisajes. Sólo vienen a comprar alcohol barato y a conseguir el coma etílico más rápido y por menos dinero. Lo que terminamos pagado con nuestros menguantes presupuestos de sanidad.

Estas ideas me vienen a la cabeza después de ver un anuncio en la tele en el que aparecen unos alemanes sentados en la mesa de un restaurante después de encargar una botella de vino. La botella es entregada ceremoniosamente por el sumiller, pero es volcada inmediatamente en un cubo de donde los zafios clientes la sorben con pajas de un metro de largo ante la sonrisa comprensiva del sumiller. El anuncio termina afirmando que los españoles aman a los alemanes, con lo que añaden la injuria al insulto. No; los españoles -o quizás debería decir los ciudadanos de las Balears- no pueden amar a esos alemanes. Ni a ningún turista, proceda de donde proceda, que muestre aficiones parecidas. De paso, tengo muy claro que nunca alquilaré un automóvil a los patrocinadores de ese anuncio.

Con estos antecedentes, se me ocurre que estaría muy bien cargar el alcohol con un impuesto tan alto de desanimase a los turistas de borrachera, a los brutos que, con una paja en la boca, compiten para ser quien aspira con más ímpetu el contenido del cubo. No hace mucho, un Govern que prefiero olvidar, cargó nuestra gasolina con un injusto céntimo sanitario que, afortunadamente, también pasó al olvido. Pero la realidad es que, tanto como entonces, la hacienda balear necesita encontrar dinero como sea y donde sea. Puesto que no podemos esperar nada de unos gobiernos centrales que sólo recuerdan nuestras islas para exprimirle el jugo, una buena fuente de dinero podría encontrarse en forma de un impuesto al alcohol que, como mínimo, nos pusiera al mismo nivel que los países de origen de las hordas de borrachos que nos visitan. Además de la recaudación, se alcanzarían, varios beneficios inmediatos: disminuiría el turismo más detestable; las portadas con el balcooning o el mamading desaparecerían de los tabloides alemanes e ingleses.

Por supuesto, no todo el mundo estaría contento, porque hay muchos que sacan beneficio de cada cerveza barata y de cada chupito de garrafón. A los demás, no nos haría mucha gracia tener que pensarlo dos veces antes de pedir una cerveza en el bar o una botella de vino en el restaurante. Pero el efecto no sería mucho más grave que el pronosticado antes de las limitaciones en el humo del tabaco o después de los controles de alcoholemia. A la vez, disminuirían los accidentes, mejoraría la salud de todos y, en particular, también lo pensarían dos veces los protagonistas del botellón, un beneficio no desdeñable.

Las estadísticas muestran que, de toda la UE, sólo Chipre nos gana: tienen un bar o una cafetería por cada 124 habitantes. Nosotros, por muy poco, somos los segundos: en España, cada uno de los miles de bares y cafeterías existentes sobrevive gracias a lo que beben y pican 126 españoles. Una vez más somos campeones en lo malo. No estaría nada mal si las Balears perdieran algunos escalones en la lista de los malditos.

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