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Antonio Papell

Los partidos, ante el objetivo europeo

García-Margallo ha sido uno de los ministros de más peso en el Ejecutivo de Rajoy, y probablemente es el que más estrecha sintonía personal y política mantiene con el presidente del Gobierno. Por eso son relevantes unas declaraciones suyas de esa misma semana a Antena 3, en las que, básicamente, dijo lo siguiente: "Nos hemos pasado cuatro pueblos" [...] "Es verdad que nadie puede gastar indefinidamente más de lo que ingresa [?] pero no es menos cierto que nos hemos pasado cuatro pueblos en el tema de la austeridad. La zona euro crece menos que todas las áreas del mundo con las que compite así que, como dicen los catalanes, hay que hacérselo mirar". El ministro ha añadido que la política monetaria está agotada y hay que "tirar de política fiscal" [...] "Austeridad sí pero no matando la gallina de los huevos de oro. Hay que flexibilizar y estoy convencido de que la Comisión lo sabe".

Descartada la posibilidad de que Margallo hiciese simplemente una reflexión en voz alta sin mayor trascendencia, hay que entender que el PP y no sólo el PP: también los demás partidos conservadores europeos atribulados por las políticas comunitarias durante la crisis han asumido el discurso socialdemócrata sobre el particular, que es el que empieza a emanar del propio BCE: las políticas monetarias expansivas, emprendidas aquí muy tarde por la renuencia de Alemania y otros países, son muy útiles para que la actividad económica europea no decaiga todavía más pero están agotadas y no dan más de sí. De modo que lo pertinente es que los propios estados recurran a políticas fiscales expansivas para generar crecimiento y empleo. Ello se traduciría, según Margallo, en "más alegría" mayor consumo interno y más gasto público en inversión para Alemania, de modo que la gran potencia "tire de la zona euro", y "un respiro" para el resto de países que aún no se han rehecho de la crisis y padecen serios desequilibrios internos. En el caso, español, un desempleo insoportable que supera de largo el 20% de la población activa y un déficit público del orden del 5%.

De momento, Margallo, en nombre oficioso del gobierno en funciones español, pide una reflexión, pero está cercano el día en que esta demanda se convierta en imperativa. El gobierno de Rajoy, sustentado en la legislatura anterior por una cómoda mayoría absoluta, ha resistido con impasibilidad los embates de unan opinión pública irritada por el incremento de la desigualdad engendrado por las políticas de recortes (como acaba de publicarse, la clase media ha decrecido en tres millones de personas entre 2004 y 2013), pero el panorama político va a cambiar inexorablemente después del 26J, gobierne quien gobierne, y la mayoría que se forme no tendrá más remedio que pugnar en Europa por un cambio sustantivo en la dirección que ahora propone Margallo.

La reflexión no sólo es pertinente para que el sur de Europa recupere por completo el aliento sino para replantear el futuro de la Unión Europea, que hoy aparece más problemático que nunca, tanto por la poco satisfactoria atonía económica cuanto por la falta de alma comunitaria que se percibe al afrontar la presión migratoria. A todas luces, el proyecto europeo requiere plantear una bifurcación en dos direcciones, para generar una UE a dos velocidades: la de los países que quieran acelerar y profundizar en la integración hacia un modelo federal, y la de los que prefieran mantenerse políticamente más autónomos y se limiten a compartir el mercado. La indiferenciación actual pone en peligro avances, como la libre circulación de personas, que han de quedar a salvo de incidencias periféricas provocadas por atávicas pulsiones nacionalistas.

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