Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Daniel Capó

La pequeña coalición

El empuje de Podemos surge del malestar social y del falso enfrentamiento entre la vieja y la nueva política. Oponiendo lo nuevo a lo viejo y el pueblo a la casta, Pablo Iglesias ha querido superar la división ideológica entre la izquierda y la derecha; ha buscado conseguir la confianza entre votantes de signo muy distinto y, sobre todo, dinamitar el relato de la Transición, auténtico eje de la paz social que hemos disfrutado en los últimos treinta años. De este modo, Podemos ha pretendido superar los límites estrechos de la izquierda doctrinaria apelando a la transversalidad de la indignación: el hartazgo ante la corrupción, la caja de Pandora de los privilegios, los efectos combinados del endeudamiento y la austeridad y, en definitiva, las consecuencias de una crisis económica que se ha empeñado en sacar a la luz las vergüenzas de nuestro país. Por supuesto, se trata de una estrategia peligrosa; en primer lugar, porque no responde a la realidad sino que la construye de una forma artificial. No es verdad que España sea un país fracasado ni que nuestra democracia esté viciada de origen ni que nuestras instituciones carezcan del suficiente rigor, por muy defectuosa que sea la armadura del edificio. Pero interesa subrayar estas deficiencias, a fin de que el malestar social se convierta en ira y la ira se capitalice en votos. Los cinco millones largos de votos que obtuvo Podemos el pasado 20D nos hablan del éxito de su estrategia; aunque esos cinco millones no equivalen al sorpasso en la izquierda ni a la centralidad en la política española. Para ello, Podemos necesita algo más: o bien el colapso definitivo de los partidos de la estabilidad, o bien lograr una difícil suma con los votos de Izquierda Unida. Pablo Iglesias parece haber apostado por la segunda posibilidad. Y es probable que se equivoque.

Al coaligarse con IU, Podemos vira su discurso y desplaza el eje del debate. Regresa a la vieja dialéctica izquierda/derecha, con todos los tópicos del discurso alternativo. Si Iglesias ha coqueteado a ratos con la modernidad danesa básicamente, el milagro de un país que funciona, ¿cómo podrá vender ahora los valores de una hipotética "Escandinavia mediterránea" en clave marxista? Al optar por aliarse con los herederos del comunismo, ¿no se aleja de ese espacio neutral, pero nuclear, que es el centro ideológico? ¿Los votos que sumará por la izquierda no se verán contrarrestados por los que pierda a causa del legítimo miedo al extremismo? Son preguntas todavía sin respuesta.

Cabe pensar que, en las próximas generales de junio, los cambios en el sentido del voto se moverán al compás del oleaje del centro. Las papeletas podrán desplazarse de C's al PP, del PSOE a C's o de Podemos al PSOE. Serán la opción de la estabilidad, con un mayor o menor grado reformista. No obstante, a nadie se le oculta que los votos que se dirijan a Podemos o hacia los partidos soberanistas apoyan un cambio de régimen en mayúsculas: no sólo un ajuste constitucional, sino la demolición de sus pilares; no sólo modernizar la economía, sino liquidar sus bases competitivas; no sólo un relevo en el Gobierno, sino la imposición de unos valores distintos. Iglesias juega fuerte, como siempre lo ha hecho, y a su favor cuenta con la debilidad anémica del PSOE. Sin embargo, el instinto central del votante español sigue situándose en la moderación y el equilibrio. Sólo una catástrofe podría ofuscar esta percepción.

Compartir el artículo

stats