Ciertos destinos turísticos españoles están a punto de rebasar la barrera de la sostenibilidad, como denuncian atinadamente diversas organizaciones ecologistas y algunas voces razonables que alertan sobre el riesgo de que la saturación arruine el negocio, como la avaricia acabó con el filón de la gallina de los huevos de oro.
Balears, en concreto, recibirán este año más de 13,5 millones de turistas, por lo que se impone la adopción de ciertas medidas que, sin afectar a la primera industria de la comunidad autónoma, evite el colapso, que podría producirse incluso por problemas de abastecimiento. También la ciudad de Barcelona deberá buscar el modo de detener la degradación de los barrios más turísticos y de frenar una invasión que en los momentos álgidos perturba el bienestar de los propios turistas.
Hay muchos modos de organizar razonablemente el éxito turístico: desde imponer tasas a limitar el acceso de automóviles en las islas, esta medida es urgente, pasando por frenar el crecimiento hotelero, planificar una evolución del turismo de masas hacia el turismo de mayor calidad, etc. Evidentemente, las decisiones han de ser adoptadas por las instituciones representativas, que en ningún caso pueden cubrir el expediente con la conclusión falaz de que conviene no hacer nada.
