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Jose Jaume

Rajoy, ¿presidente inevitable?

En la jerga electoral norteamericana se define inevitable al aspirante que tiene garantizada la nominación como candidato presidencial antes de serlo formalmente. Es el caso de Trump y Clinton, los contendientes republicano y demócrata en las elecciones presidenciales de noviembre. Ambos no han alcanzando el número de delegados necesarios para ser ungidos candidatos, pero nadie pone en cuestión que lo serán. Son inevitables. Pues bien, en España a Mariano Rajoy no pocos analistas (el último Iñaki Gabilondo) lo consideran el presidente inevitable. Dan casi por descontado que el resultado de las elecciones del 26 de junio no dejará más opción que la de dejarlo en La Moncloa. Además, aceptan que el quietismo (según la RAE, la doctrina de algunos místicos heterodoxos que hacen consistir la suma perfección del alma humana en el anonadamiento de la voluntad, en la contemplación pasiva), su invariable pauta de conducta, ha sido la acertada, incluso en el asunto catalán. Un fatalismo impostado. Tan interesado que parece atender a consideraciones ajenas a las estrictamente derivadas del análisis de la realidad.

Mariano Rajoy ha dicho que lo sucedido en los cuatro meses precedentes no puede volver a ocurrir. Cierto, pero lo hemos tenido que soportar porque el presidente del Gobierno en funciones se negó a aceptar el requerimiento del Rey de presentarse a la investidura. En lo que se ha considerado por parte de diversos constitucionalistas como un claro intento de vulnerar la Constitución, al pretender que el jefe del Estado aceptase el cambalache de disolver las Cortes para liquidar el asunto y volver a convocar elecciones. Felipe VI se negó en redondo a la sediciosa maniobra permitiendo que Pedro Sánchez intentase la investidura. Rajoy ha contribuido como el que más al interregno que vivimos. Ahora no tiene empacho en afirmar que no es bueno para España que se vaya. Ha entrado en el estadio de considerarse un hombre providencial, llamado por el destino a completar la tarea que inició en circunstancias dificilísimas en 2011. Conviene no olvidarse de todas las promesas incumplidas con las que Mariano Rajoy ha tachonado la legislatura de la mayoría absoluta, como no hay que olvidar el inmenso deterioro que ha causado en la sociedad española.

¿Dónde está escrito que el quietismo tenga que ser la inevitable consecuencia de las elecciones del 26 de junio? Descartada la obtención de la mayoría absoluta, quienes bregan a conciencia por la continuidad de Rajoy nos explican que PSOE y Ciudadanos se verán obligados a llegar a un entendimiento con el PP, lo que llevará a la continuidad de Rajoy Brey. Se descarta de antemano que la posible coalición Podemos-Izquierda Unida sea una alternativa válida sumada a los socialistas. No hay otro camino que el de la llamada gran coalición, que no es otra cosa que el descenso a los infiernos para el PSOE, o una ajustada mayoría PP-Ciudadanos, que las encuestas no solo no garantizan, sino que estiman altamente improbable por mucha buena voluntad que se ponga en hacerla factible; entre otras razones, porque la coalición de las izquierdas queda en condiciones de rebanar en no pocas provincias los diputados suficientes, los que adjudican los denominados "restos" de la suma de los votos tras aplicar los elementos correctores incorporados a la Ley Electoral, para impedir que los dos partidos de la derecha del arco parlamentario lleguen a los 176 escaños. A partir de aquí la decisión queda nuevamente en manos del PSOE, del partido socialista de Pedro Sánchez, el hombre que pasará a la menuda y ridícula historia como el político que se negó a sí mismo ser presidente del Gobierno por el miedo cerval que le invadió en el momento decisivo, en el instante en el que los estadistas dan la talla.

Volvamos a Rajoy. El miércoles escuché atentamente la entrevista que se le hizo en la Ser. Desolador. A la pregunta de cómo se puede aceptar que se beneficie de la amnistía fiscal la mujer de un ministro, Arias Cañete, hoy comisario europeo, respondió con su conocida displicencia y no menor desprecio hacia los usos más básicos de las democracias occidentales: aseguró que no conocía los pormenores de la agencia tributaria y que no debía hacerlo, añadiendo, para completar el desprecio, que Cañete no tiene que conocer los pormenores de las operaciones de su mujer. La misma respuesta que la ofrecida por la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal. El presidente en funciones también reitera que lo que España necesita es un gobierno "moderado y sensato" o lo que es lo mismo: el suyo. ¿Moderado y sensato un gabinete en el que ocurre lo de Arias Cañete o lo de José Manuel Soria? ¿Moderado y sensato un ejecutivo que aprueba la ley mordaza? No vale la pena recordar que ese gobierno "moderado y sensato" está presidido por quien rechaza de plano tener la más mínima responsabilidad en la corrupción que sacude a su partido o que no consideró necesario dimitir después de la desfachatez de remitir los mensajes a Bárcenas animándole a resistir y a ser fuerte ante las adversidades. Mariano Rajoy no es responsable de la corrupción, no se responsabiliza de las actuaciones de sus ministros, no asume la de haber animado a quien en su partido tildan de delincuente, se desentiende de lo que ha anegado al PP de Valencia y Madrid. Mariano Rajoy Brey no es responsable de nada de lo ocurrido en la legislatura 2011-2015. Solo es el responsable, ante la historia, desconocemos si ante Dios, de haber salvado a España del rescate, como recuerda siempre que se le presenta la oportunidad. Deja de lado que el rescate de la banca, aquel "préstamo en condiciones ventajosas", que iba a ser devuelto por las entidades financieras, lo pagamos todos los españoles. Rajoy silencia que la UE se dispone a sancionar a España por no haber legislado contra las ominosas cláusulas suelo y deja en el limbo que el déficit público sigue sin embridarse; mintió cuando afirmó que sí lo había domado.

¿Es ese Mariano Rajoy el presidente inevitable? Desde luego si el PSOE sigue deslizándose hacia su extinción. Si Pedro Sánchez continúa siendo el increíble hombre menguante. Entonces, sí lo es.

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