La Constitución de Weimar de 1919 fue quizá la primera en intentar consagrar en su texto los derechos fundamentales de corte social, lo cual ha influido grandemente en otros textos constitucionales posteriores en esta nuestra Europa; aquel texto en su artículo 118 establecía como derecho fundamental la libertad de prensa. Es ciertamente asombroso que aquella carta magna germana no fuera legalmente derogada hasta el año 1945, al final de la guerra, lo cual no fue óbice ni cortapisa para que en la Alemania del tercer decenio del siglo pasado ese especial derecho de opinión impreso, como es por todos sabidos, no fuera objeto de especial falta de respeto por parte del gobierno, principalmente a partir de enero de 1933.

Aquel nuevo gobierno inició casi de inmediato una campaña para "reconducir" el ejercicio de tal derecho, y como es lógico los primeros en padecer aquella "reconducción", por aquello de la necesaria arianización, fueron los periódicos cuyos dueños eran de ascendencia judía, como las familias Ullstein, propietario del periódico de mayor tirada de Europa en el año 1933, el Vossiche Zeitung, a quienes forzaron a vender el periódico un año después; de igual forma que la familia Mosses, propietaria del berlinés Tageblatt, los cuales quienes viendo venir lo que se avecinaba (el pintor y retratista alemán Max Lieberman, viendo desfilar a los nazis en la noche del acceso del nuevo canciller al poder pronunció su frase "no podría comer tanto, como ganas de vomitar tengo"), salieron de Alemania el mismo día que Hitler llegó al poder.

Al poco tiempo el ministerio de Propaganda había creado una denominada "Cámara de prensa del Reich", con el casi exclusivo objetivo de asumir el control de la Asociación de la Prensa para así poder regular la entrada en la profesión periodística, para finalmente dictar la ley de editores, en octubre de 1933, en cuyo parágrafo 14 indica que el régimen requiere de los editores que omitan todo aquello que pueda "calculadamente debilitar" la fuerza del Reich, tanto de fronteras para adentro como en el exterior.

En definitiva, el ministro de Propaganda, el doctor Goebbles, el mismo que mantenía que debía pensarse en la prensa como en un teclado sobre el qué el gobierno pueda interpretar su información, no es solo que considerara que era conveniente el control el flujo informativo, sino que era más conveniente aún el impedir el acceso del ciudadano a cualquier otra fuente de información que no fuera la propia.

La escala de ese, siempre querido por los gobernantes, control de lo que se dice en prensa es casi infinita y va desde la insinuación amable hasta la amenaza directa; no está tan lejana en nuestra historia la "sana y necesaria" costumbre de los periodistas de llevar los textos para su previa revisión gubernamental, incluso durante la más "dulcificada" ley de prensa de Fraga de 1966, se intentaba "mediatizar" ciertas noticias; pero al fin y al cabo la pretensión es siempre la misma, que no se publique lo que no gusta, lo que no conviene.

Es absolutamente entendible que la libertad de prensa es siempre enojosa y molesta para quien es objeto de sus comentarios, eso sí solo cuando estos le son adversos, dado que el homo sapiens, a veces no tan sapiens, responde normalmente mal a las criticas y lo políticos, como los malos cantantes, suelen ser especialmente sensibles a las malas críticas; quizá les fuera conveniente recordar a Publio Cornelio Tácito cuando decía que quien se enfada por las malas críticas, reconoce que las tenía merecidas.

Tal parece que esa especial relación de necesidad-odio que existe entre políticos y gente de la prensa afecta ya, como si de un letal virus se tratara, a algunos representantes de lo que se ha venido en denominar nueva política, lo que nos indica que no existe tantas variaciones bajo el sol y que es fácil caer en los mismos vicios que se suele atribuir a otros. Y es que hemos ido desde aquello de tirarle un euro a una periodista por parte de un ministro luego en funciones de embajador ante la corte de Saint James, pasando por las citas "sectarias" a alguna cadena televisiva de parecido nombre por parte de una expresidenta madrileña, y comentarios sobre la calidad de algún elemento de protección contra el frío de otra representante femenina de la prensa, hasta llegar al intento de humillar en público a un concreto redactor de un medio de comunicación, no demasiado afín, citándole con nombres y apellidos; estos dos últimos ejemplos proveidos por alguien que en otros asuntos dice estar en las antípodas de los anteriormente referidos.

Uno, de natural crédulo, espera siempre que esos desbarres, sean obra del mal gusto, se trate de un momentáneo y desafortunado uso de palabras inadecuadas o del haber acudido al chiste fácil, y lógicamente aguarda a la correspondiente y sincera disculpa, o en su caso la conveniente explicación por parte de algún otro compañero del lenguaraz de turno, pero cuando después de una muy tenue escusa o excusa, que ambos conceptos parecen caber igual en el ejemplo, siempre acompañada por la inquebrantable adhesión y defensa del pronunciante, se vuelve a poner sobre el tapete la duda de la conveniencia de que existan medios de prensa privados y se termina pidiendo que se abra un debate sobre esos medios informativos y, es de suponer, cómo y sobre qué deben informar esos medios, uno no deja de sentir un frío intenso por la nuca, puesto que la lógica presunción, la íntima sospecha, es pensar que de lo que se trata realmente es de que las informaciones "desagradables" no lleguen a publicarse.

En cuanto al solicitado debate, soy de la opinión que el asunto de los medios de comunicación se mantuvo ya en España en el año 1978, y está reflejado en el artículo 20 de nuestra Constitución, que curiosamente contempla también la libertad de cátedra, dicho sea para algunos exprofesores universitarios ahora metidos a políticos, y ha sido además regulado por las leyes posteriores.

Ya ven, en todas partes cuecen habas, y al final todos los que habitan en ciertos ámbitos de poder, sea éste absoluto o mediatizado, albergan el mismo deseo, que hablen solamente bien de ellos. Recuerdan lo que se plasmaba en aquel citado parágrafo 14 de la ley de editores del Reich, con aquello de omitir lo que debilite el "conveniente" mensaje, pues como es de ver, aquel argumento aparentemente nebuloso es una fácil y resbaladiza pendiente por la que es impensable el caer.

Quizá el propuesto debate debiera tener otro objeto, y centrase más en cómo evitar transitar de la Constitución de Weimar a la ley de editores del Reich, aunque solo fuera por que los que se llaman a sí mismos progresistas, algunos de ellos venidos en tener esas reacciones, quiero pensar que no demasiado sopesadas, contra ciertos incómodos medios de prensa, debieran tener muy presente lo que afirmaba Victor Hugo: "La prensa es el dedo indicador del progreso" y que entre las palabras revolución e involución solo hay dos letras de diferencia".

Llegados aquí, quizá no debiera haber escrito estas líneas, o sí.

* Abogado