Da que pensar que buena parte de aquellos que nos administran muestren tan exiguo interés por prestar atención a la comunidades científicas e investigadoras, que son quienes después de todo trabajan, cada una en el área que le compete, para aportar a la sociedad los avances que, tras años de estudio y experimentación, ha sido posible desligar de la noche oscura de la ignorancia. Por eso no me cansaré de reafirmarme, pues esa es la impresión que a uno le queda tras ser testigo de conductas y decisiones cuestionables, que sabemos que no nos conducen, si no ya a la conflagración, si al desconcierto más absoluto.

Como parte activa que son de ese cúmulo de conocimientos anteriormente mencionado, sujeto como no podía ser de otra manera al método científico, las ciencias sociales no son en ningún caso una excepción. Éstas podrían aportar, sin ningún género de dudas, al igual que el resto de sus homónimas así lo hacen también, su pequeño grano de arena; lástima que todo ello caiga en saco roto por la obstinación de algunos.

Nada tiene que ver con la precognición que el I encuentro internacional jóvenes e inclusión, celebrado en Santiago de Compostela entre los días 8 y 9 de noviembre de 2015, y en el que nuestra asociación tuvo la oportunidad de contribuir con la presentación de una nueva comunicación, llevase como subtítulo un epígrafe tan claro y conciso como ignorado, pero sobre todo enormemente significativo para los momentos de consternación y espanto que está viviendo nuestro continente tras los atentados yihadistas de París y Bruselas, más recientemente, y las ciudades de Madrid y Londres, éstas últimas hace ya algún tiempo: "Juventud en riesgo, un riesgo para Europa".

Parece ser que la palabra inclusión, o más bien su contraria, todo ello teniendo en cuenta la opinión de los expertos que se han pronunciado al respecto, resulta ser la clave que podría explicar, no las razones de tanta barbarie pero sí de qué forma se llega a elaborar ese viscoso caldo de cultivo en el que, con el tiempo, han proliferado los lamentables casos de musulmanes, no ya solamente occidentalizados de facto, sino también nacidos en la zona oeste del globo, que se radicalizan hasta el embrutecimiento fatuo de los dogmas de fe que, culturalmente adquiridos, procesan fútilmente.

La figura del educador social, no tan solo como socializador sino como elemento vertebrador de un nuevo arquetipo que resulta imprescindible en el pensamiento colectivo, se nos antoja ya ineludible amén de en otras muchas esferas relacionales en las escuelas y en los institutos, que son después del hogar donde verdaderamente se fraguan los comportamientos futuros. Aunque para ello haga falta todavía reciclar muchas conciencias para adaptarlas al nuevo milenio, que es lo mismo que decir a los nuevos paradigmas, tanto de una parte de la trinchera como de la otra, claro está. A ello contribuye la investigación científica, fuente en donde bebe el conocimiento, con textos como El destino no está en los genes del bioquímico y divulgador teutón Jorg Blech, que con él lanza todo un alegato contra el determinismo por el que apuestan quienes no están dispuestos a ceder un ápice en su privilegiada posición, ignorando con arbitraria vehemencia que tal vez esa sea la única manera de poder alzarse por encima de los fardos arenosos con la seguridad de no acabar mal herido o algo peor.

Cuánto tardarán en darse cuenta de ello quienes rigen nuestros destinos, es todo un enigma, pero no por ello omitiría algo para mí muy importante y que es inútil pretender obviar: que la pelota ha estado, está y estará por muchos años me temo sobre nuestro tejado. Las educadoras y educadores sociales poseen los conocimientos necesarios para intentar revertir una situación que se hace ya insostenible, pero para eso hay que dejarles trabajar, tenerlos en cuenta en todos y cada uno de los ámbitos en los que esté presente el ser humano, abrirles paso para que puedan aportar su saber en lo que a cuestiones socioeducativas le competen.

* Diplomado en Educación Social y miembro del Movimiento Socioeducativo Elauvo