Nos hemos acostumbrado a pensar en Argelia como un país fuerte y estable del norte de África, frente a las costas mallorquinas, surgido de las sombras de un pasado colonial primero turco y luego francés tras una guerra heroica de liberación nacional, y convertido más tarde en uno de los líderes del Movimiento de Países No Alineados que pretendían huir de la dependencia de cualquiera de los dos bloques enfrentados durante la Guerra Fría. Pero nada es eterno. Sobre Argelia se ciernen hoy tres peligros al mismo tiempo que condicionarán su futuro: una delicada situación interna, una vecindad complicada y el descenso del precio de los hidrocarburos, que son su principal fuente de riqueza.

En el plano interno el país se enfrenta a la sucesión de presidente Bouteflika que fue reelegido en 2014 para un cuarto mandato y tiene ya 79 años y muchos problemas de salud, pues un accidente vascular cerebral le mantiene con la cabeza clara solo a ratos y le ha confinado a una silla de ruedas. No se le ve nunca aunque eso no parece importar a sus compatriotas que le votaron por un abrumador 81% sin que diera un mitin, pronunciara un discurso o hiciera público su programa electoral. Su estado debe ser como el del Burguiba de los últimos años cuando le preguntó delante de mí al entonces presidente Felipe González que "¿cómo está mi amigo, el general Franco?", entre la consternación general (me costó mucho no soltar una carcajada). Pocos meses más tarde el general Ben Alí dio un golpe de estado, tomó el palacio presidencial de Cartago y envió a Bourguiba a vegetar a Monastir hasta su muerte. No digo que a Bouteflika le vayan a hacer lo mismo, pero la lucha entre bastidores por su sucesión ya ha comenzado entre los miembros de la clase dirigente, sin que se sepa ni quién le sucederá ni cuándo. Un síntoma claro de estas peleas ha sido la destitución del hombre más poderoso del país, el general Medienne, alias Tawfiq, jefe durante muchos años del Servicio de Inteligencia, y su sustitución por el general Tartag. Y se ha hecho una pequeña reforma constitucional el pasado febrero que ha desilusionado a todos, socialistas, nacionalistas e islamistas, por su poca ambición aunque sean positivos algunos avances en materia de derechos humanos y de reconocimiento de la identidad tamazigh (bereber).

En el plano externo Argelia enfrenta serios riesgos de seguridad: por un lado recibe (igual que Túnez) infiltraciones desde Libia de grupos armados que hacen operaciones terroristas en suelo argelino y por otro lado el Sahel, su frontera del sur, sufre graves convulsiones desde Mali a Níger, pasando por la República Centroafricana. Fue en Mali donde la rebelión tuareg creó el efímero estado de Azawad, del que se apoderarían los salafistas, hasta que una intervención militar francesa les expulsó y liberó Tombuktú. Pero ha seguido habiendo ataques islamistas en In Amenas, Tinduf o Tamarasset a cargo de AQMI y de Al Morabitum, dos grupos leales a Al Qaeda y hace muy poco ha habido otro atentado terrorista contra la planta de gas de Kiechba, tratando sin duda de causar daño a la principal fuente de subsistencia argelina. Más al sur, en el vértice que hacen las fronteras de Nigeria, Chad y Camerún, Boko Haram se ha decantado por la fidelidad al Estado Islámico. Por eso, el gobierno sabe que haga lo que haga para reducir gastos, hay una partida presupuestaria que no puede tocar: los gastos de Defensa y de Seguridad, ya que su única frontera segura por el momento es la de Marruecos... que está cerrada por desavenencias sobre el Sáhara Occidental.

Y sobre este inestable escenario interno y externo ha irrumpido con fuerza el desplome del precio del petróleo desde 140 dólares/barril a 43 dólares estos días (llegó a estar a 27 el pasado enero), cuando Argelia lo necesita a 96 dólares para cuadrar el presupuesto. Si antes los hidrocarburos le proporcionaban el 60% del PIB y el 95% de los ingresos por exportaciones, esas cifras han bajado hoy al 35% y al 60% respectivamente. El PIB argelino, que había crecido al 4,3 en 2014, solo lo hizo al 2,8 el año pasado, mientras el déficit crece y las reservas de divisas disminuyen a un ritmo alarmante, pues eran de 200.000 millones de dólares en 2013 y hoy apenas llegan a 120.000 millones.

En esta coyuntura, el primer ministro Sellal no tiene otra solución que reducir importaciones, eliminar subvenciones, recortar gastos, subir impuestos, tratar de vender más gas y petróleo a los precios que sean, atraer inversión extranjera (se ha modificado la ley que exigía que el 51% estuviera en manos nacionales y se habla de vender participaciones de la empresa nacional Sonatrach) y ¡qué remedio! tirar de reservas. El problema, y no es menor, es cómo reducir gastos con paz social pues en Argelia se recuerda muy bien que fue el recorte de subsidios sociales en 1988 el que dio lugar a graves desórdenes públicos que desembocaron, apenas dos años más tarde, en un golpe de estado militar. El resultado fue el estallido en 1990 de una dura guerra civil de diez años que causó 200.000 muertos.

La conclusión es que la confluencia de problemas internos, externos, económicos y sociales, dibuja una tormenta perfecta que puede desembocar en una tempestad que ojalá los argelinos sepan navegar.