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José Carlos Llop

A cada uno lo suyo

Error 1. Una noticia de agencia publicada por Diario de Mallorca en su contraportada del viernes pasado, aseguraba que había salido a la venta el daguerrotipo 'más antiguo' de España y que nadie había pujado por él. Su precio de salida era de quince mil euros y su autor, Juan Bruguera. La noticia ya había corrido por algunos periódicos nacionales. El motivo de la imagen era un joven barbado vestido de majo madrileño -o aragonés o andaluz, no distingo- y la fecha, 1843. Según esa noticia, Bruguera habría sido el pionero de los daguerrotipos en nuestro país y 1843 el año del origen de la fotografía en España. Pero pongámonos puntillosos. Documentalmente puntillosos. Cronológicamente puntillosos.

No soy ningún experto en fotografía, pero tengo para mí que el primer daguerrotipista no fue Juan Bruguera, sino un posible pariente materno llamado Ramón Alabern, nacido en Barcelona a principios del XIX. Pertenecía a una familia de grabadores barceloneses -Enrique Alabern fue su miembro más destacado- y había pasado una estancia en París, donde conoció y trató a Daguerre, que le enseñó su arte. A su regreso tomó, él sí, el primer daguerrotipo que se hizo en España. Era el año 1839, cuatro años antes del majo de Bruguera.

El motivo del daguerrotipo fue Casa Xifré -también llamada Casa Vidal Quadras, creo-, junto a la Lonja de Mar de Barcelona. A este Ramón Alabern los hay que lo apellidan de segundo Casas y otros Moles, pero siempre es el mismo: el autor de la fotografía de Casa Xifré y la fecha de su autoría, el 10 de noviembre de 1839. Por ahí entró el daguerrotipo en nuestro país, importado desde el estudio parisino de Louis Daguerre. Se cuenta que se necesitaron veinte minutos de exposición para realizar la placa y que el acto fue animado por una banda militar. Pedro Felipe Monlau -tantas veces personaje en los libros de Joan Perucho- fue lo que hoy llamaríamos el sponsor del acto.

Error 2. Las nuevas elecciones, ¿son un error? Haber llegado hasta ellas, cuatro meses después de las anteriores, sí lo es. Y más grave de lo que parece, pareciéndolo mucho, entre otras cosas porque esto no es Italia, ni nosotros italianos. Que la clase política no sepa resolver lo que los ciudadanos han votado y devuelva la pelota de su propia inutilidad a los ciudadanos, a ver si cambian, es puro delirio narcisista. Que encima todos quieran hacer creer que al colapso no se ha llegado por ellos y que todos lo han intentado, pero que han sido los demás los que no han querido, ya es de jardín de infancia. "Es un fracaso de la clase política" dijo la presidenta del Govern Balear. Lo es, sí, pero no uno cualquiera. Porque lo que puede asomar detrás de ese fracaso, sería bastante peor y ya llevamos demasiado tiempo sin una buena noticia.

Error 3. No soy cervantista, ni criptocervantista, pero debo a Cervantes lo que le debemos todos, que es mucho más de lo que podamos creer nunca. Leí ´El Quijote´ siendo muy joven y debería volver a leerlo, pero aún no me he puesto. No puedo, pues, dar lecciones de aniversario cervantino a nadie. Pero no salgo de mi asombro con tanta tontería institucional. Que el silencio y la falta de homenajes serios sea lo común no me extraña. En vida de Cervantes ya ocurrían cosas así; y con él más, que hasta a las mujeres de su familia las llamaban despectivamente las Cervantas, como sinónimo de puterío.

Que sea el inventor de la novela moderna, otorgándole una grandeza que no tenía, y que se escriba aún hoy como se escribe gracias, en gran parte, a él, es algo que no ha de ocupar a nuestros políticos, pues sería sorprendente que lo hicieran. Si ya hemos visto que no han sabido ocuparse de lo suyo -es decir, de lo nuestro- en Las Cortes, cómo se van a ocupar de las conmemoraciones cervantinas. Pero por lo menos podrían no mezclar. O sea, no teñir de ridículo y estulticia la memoria de Miguel de Cervantes. El espectáculo de un actor disfrazado del escritor, dando gritos en la tribuna del Congreso el otro día, fue lamentable. Y los diputados reían como los niños en el circo. Y la estupidez de un Quijote de pega gesticulando ante Martin Schulz en el Parlamento europeo, de pena. Déjenlo estar, de verdad. Y no quieran estar donde no saben, mientras aprenden a estar donde deberían.

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