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Antonio Papell

Un gran fracaso

La EPA del primer trimestre indica que el paro ha repuntado levemente en el primer trimestre y llega al 21%, y mientras tanto numerosas voces advierten de que nuestro sistema de Seguridad Social ha dejado de ser sostenible, por lo que necesita ser revisado ya que el fondo de reserva sólo aguantará hasta 2018. Estos dos argumentos, tomados entre otros muchos, hubieran debido bastar para convencer a la clase política de que no es decente aquí sí que cuadra el adjetivo mantener a este país sin gobierno durante casi un año, porque un año (en el mejor de los casos) habrá transcurrido desde que el gobierno anterior entró en campaña electoral y el siguiente tome posesión de sus carteras y empiece su andadura.

Estamos en presencia, pues, de un gran fracaso. No del régimen político ni de las instituciones, ya que la Constitución había previsto la eventualidad que ahora estamos viviendo y ofrece soluciones perfectamente funcionales, pero sí de la clase política, que no ha estado a la altura en su conjunto. Viene perfectamente a cuento la viñeta de 'El Roto' de ayer, en que un sujeto masculla: "Comprendo que vayan a repetir las elecciones, lo asombroso es que vayan a repetir los candidatos".

Ya se sabe que en los países donde predomina un fuerte individualismo y existen pocas y débiles instituciones intermedias, como es el caso de España, los sujetos colectivos son demasiado abstractos y nadie se da por aludido cuando se los señala. Y así, cuando nuestros próceres oyen el término "clase política" miran a su alrededor para verde quién se está hablando. No en vano esta es la patria del "mal de muchos, consuelo de tontos", que nuestro Sancho exhibe constantemente para desesperación de don Quijote. Pero en este caso, la incumbencia se limita a un puñado de personas que han eludido, en mayor o menor medida, su responsabilidad. No voy a referenciarlas porque este es el trabajo que deben realizar los ciudadanos el 26J. Yo, en su caso, castigaría a los remisos y premiaría a los que, con ostensible buena fe, han intentado eludir el impasse y buscar una fórmula de gobernabilidad.

Con todo, es evidente (ya lo era antes del 20D) que tenemos un problema con la clase política, en dos sentidos. En primer lugar, tras denodados esfuerzos, hemos conseguido expulsar de la política a los mejores. La tarea pública está absolutamente desacreditada ha habido un círculo vicioso de degradación y descrédito en que lo uno ha retroalimentado a lo otro) y cada vez peor pagada, con salarios muy inferiores a los que el mercado otorga a quienes realizan tareas semejantes en el ámbito privado. No es, pues, extraño que las generaciones jóvenes huyan despavoridas de un escenario tan ingrato.

En segundo lugar, es prácticamente imposible que profesionales de éxito en otras actividades hagan una excursión no necesariamente definitiva a la política porque los partidos son entes endogámicos y cerrados que impiden que algún advenedizo haga competencia a los de dentro, que llevan años esperando que corra el escalafón. De un tiempo a esta parte, las fuerzas políticas se abren a la democracia interna (no todas: ayer mismo, se informaba de que los más jóvenes del PP pretenden todavía romper antiguas resistencias en este sentido), pero estamos muy lejos de la completa permeabilidad, que es la que daría vida a la política y energía a los partidos.

En definitiva, este naufragio nos avisa de que, con esta clase política, los designios colectivos, el desarrollo cabal de este país, la modernización de nuestra sociedad, están en riesgo de paralizarse. La indignación del 15M y su consecuencia directa, Podemos, han desembocado en más de lo mismo. Algo habrá, pues, que hacer y cuanto antes para retomar el vuelo y recuperar la ilusión.

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