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Antonio Papell

El futuro no será tan distinto

Aunque todavía persistirán algunos ruidos basados en movimientos más o menos reales encaminados a conseguir un imposible pacto en el último minuto, hemos de concluir ya en que ha fracasado el intento de conseguir un gobierno estable con los mimbres surgidos de las elecciones del 20D. En parte, por la falta de voluntad y sentido del estado de las fuerzas políticas, y en parte, también, porque, como ha escrito Torreblanca, nuestro modelo constitucional establece que los gobiernos sólo podrán ser derrocados mediante una moción de censura constructiva (artículo 113) conforme al modelo alemán, lo que hace muy difícil la retirada de la confianza, de forma que las fuerzas políticas se lo piensan dos veces antes de otorgarla. Nuestros padres constituyentes optaron por reforzar quizá en exceso la estabilidad gubernamental, y ello tiene como lógica contrapartida una mayor dificultad a la hora de formar gobiernos estables.

Así las cosas, es claro que, salvo que los ciudadanos hayan perdido el tino y manifiesten unos cambios de criterio difíciles de entender, lo probable es que los resultados del 26J no sean muy distintos de los del 20D, con lo que la dificultad que se nos ha planteado para decantar una mayoría de gobierno no variará sustancialmente. Es previsible que el cuerpo social, que no es estático, tome en cuenta todo lo sucedido en el medio año de provisionalidad que separará a las dos votaciones, pero también lo es que los elementos sobrevenidos, y en especial la conducta de las diferentes formaciones en relación a los pactos, no cambien sustancialmente la correlación de fuerzas? Aunque, como es conocido, gracias a la ley d'Hondt, que modula la proporcionalidad, leves deslizamientos pueden tener un singular efecto multiplicador.

En resumidas cuentas, si no cabe esperar grandes cambios en la correlación de fuerzas, es lógico pensar que para que haya un gobierno tras el 26J tendrá que cambiar la actitud de los partidos. De otro modo, el bloqueo puede ser permanente, lo que sí sería digno de preocupación y obligaría a ensayar fórmulas imaginativas, como la de entronización de un independiente, opción que se ha enunciado esta vez pero que no ha llegado siquiera a ser seriamente considerada. Todavía.

Lo probable es, pues, que tras el 26J vuelvan a ofrecerse las dos posibilidades que en el primer intento no han prosperado: la gran coalición (a dos o, más previsiblemente, a tres) y el gobierno de centro-izquierda. La gran coalición no ha sido posible de hecho, ni siquiera se ha tanteado porque a) las demás formaciones han interpretado que el voto del 20D era de cambio, por lo que no parecía razonable mantener al mismo presidente de gobierno; y b) porque la corrupción, que ha impregnado en los últimos tiempos al PP hasta extremos insólitos, dificulta grandemente la negociación política con esta formación, que debe experimentar con urgencia un intenso y profundo saneamiento.

En el otro lado, el principal inconveniente para que Podemos pacte con las formaciones centrales (PSOE y C's) no es tanto la definición dogmática del partido de Pablo Iglesias a estos efectos, no es muy relevante que pretenda o no un cambio de régimen al estilo chavista cuanto su incompatibilidad con Europa: si se quieren evitar las pirueta a la griega, no se puede llevar al gobierno a quien, de entrada, lejos de aceptar el pacto de estabilidad y crecimiento, lleva entre sus postulados esenciales un incremento exorbitante del gasto, sin el correspondiente correlato en los ingresos.

Si se acepta que para conseguir la gobernabilidad deben cambiar las posiciones de los partidos y no las de los ciudadanos, las nuevas elecciones eran prescindibles. Pero ya es tarde para que esta conclusión tenga algún valor operativo.

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