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Norberto Alcover

Francisco escribe sobre la familia, la alegría del amor

En 2013, como primicia papal tras su elección, conocíamos la exhortación apostólica titulada La alegría del Evangelio. Y desde ya, caímos en la cuenta del programa que Bergoglio lanzaba sobre la mesa de la Iglesia católica y no menos sobre el conjunto de la sociedad mundial. Si Francisco no hubiera publicado documento papal posterior, habría encontrado, por el citado, un lugar eminente en la Iglesia contemporánea, puesto que, en la más pura esencia de la gran tradición eclesial, hundía sus palabras en la experiencia de los católicos sobre el barro de la historia y sugería pistas pastorales de inequívoco valor para todos, especialmente para nosotros, los sacerdotes. Entonces, ya se erigían la misericordia, el amor comprensivo, la analítica social, estar en la realidad egoísta pero sin pactar con ella, y tantas cosas más, ya se erigían en pautas transparentes que era imposible soslayar, si uno mismo era transparente y estaba abierto a los cambios de la vida. Otra cosa es que, tras tanta admiración mostrada ante el documento, no hayamos saltado hasta su puesta en práctica, ambigüedad tantas veces recordada desde estas páginas una y otra vez: qué estupendo es este papa, pero otra cosa es hacerle caso. Quedémonos donde estamos para evitar pasarnos. Una excusa como tantas otras.

Pero este hombre infatigable ha persistido anunciando "el año de la misericordia" y, además, visitando los lugares más "descartados" del planeta para recordarnos a todos una verdad sin vejez alguna: que el evangelio de Jesucristo comunica alegría esperanzada ante una situación tan áspera como la que nos ha tocado vivir y de la que todos somos corresponsables. No se cansa, a pesar de los permanentes ataques de un sector eclesial y social, o, lo que es peor, ante el silencio culpable de quienes huyen de cualquier evolución eclesial, puede que para evitar evoluciones históricas en cadena. Papa sí, pero un papa así es un peligro. Y sin embargo, Francisco permanece al timón, y ahora nos lanza un texto espléndido nada menos que sobre La alegría del amor, es decir, la relevancia del amor humano y cristiano a la hora de vivir el matrimonio en familia en el sentido más amplio de tal acepción.

Tengo del todo claro que solamente quien no quiera comprender, no comprenderá las palabras de este hombre que, con este nuevo documento, abre una senda fascinante por evangélica para movernos en tan delicadas cuestiones. Sin caer en un reduccionismo moralizante tan al uso. Más bien, abriéndonos horizontes de libertad, de identidad, de discernimiento, de alegría y de esperanza, pero también de esfuerzo, de fidelidad, de coherencia, de utopía, y sobre todo, que es lo más importante, de clarividencia para no dejarnos llevar ni de tradiciones implacables ni de modas absolutamente coyunturales.

Para que los lectores se abran camino en La alegría del amor, me permito citar y comentar textualmente tres momentos documentales:

1.- "?nos cuesta dejar espacio a la conciencia de los fieles, que muchas veces responden lo mejor posible al evangelio en medio de sus límites y pueden desarrollar su propio discernimiento ante situaciones donde se rompen todos los esquemas. Estamos llamados a formar las conciencias, pero no a sustituirlas". Una llamada transparente a la responsabilidad y libertad personales ante las alternativas de la vida en general pero sobre todo en esta materia matrimonial y familiar. Formar sí, pero sustituir no. Lo que exige de parte de los creyentes (fieles), tomarse el trabajo de su propia formación puede que en contacto con expertos o, sin más, según su propia identidad como miembros de la Iglesia católica en toda situación imaginable. Dios se muestra en nuestra conciencia, otra cosa es que ésta le permita actuar al abrirse a su presencia. Tomar nota de este detalle?

2.- Cuando habla de la "familia ampliada": "?esta familia grande debería integrar con mucho amor a las madres adolescentes, a los niños sin padres, a las mujeres solas que deben llevar adelante la educación de los hijos, a las personas con alguna discapacidad que requieren mucho amor y cercanía, a los jóvenes que luchan contra la adicción, a los solteros, separados o viudos que sufren la soledad, a los ancianos y enfermos que no reciben el apoyo de sus hijos, y en su seno tienen cabida incluso los más desastrosos en las conductas de su vida". Pocas veces he leído en un documento eclesial tal invitación a hacer de la familia semejante ámbito antropológico de universalidad, sin exclusiones y sin dejar a cargo de la sociedad a los más golpeados por la vida, lo que está haciéndose endémico puede que por razones estrictamente económicas. Francisco dice que hablar de familia, la que sea, sin encajar todas estas responsabilidades, es destruir la familia como sustrato de la sociedad. Por lo tanto, es lógico reclamar una y otra vez los necesarios "apoyos gubernamentales" para hacer posible esta "gran familia ampliada", en lugar de otras reivindicaciones más espectaculares pero menos urgentes. Si en familia no cabemos todos, acabaremos por autodestruirnos.

3.- "En las consultas enviadas a todo el mundo, se ha destacado que a los ministros ordenados les suele faltar formación adecuada para tratar los complejos problemas actuales de las familias. En este sentido, bien puede ser útil la experiencia de la larga tradición oriental de los sacerdotes casados". Cualquier comentario sobra para un buen y sensato lector. La dogmática sí, pero la historia también. Y no veamos fantasmas donde no los hay.

Desde estas tres coordenadas, tienen sentido las precisas palabras sobre los divorciados vueltos a casar, la formación de los novios, la conciliación familiar y laboral, los interrogantes sobre la homosexualidad, pero sin que constituyan las únicas cuestiones en una materia de tantísima complejidad. Por lo tanto, quienes solamente estén dominados por los avances en estos capítulos tan delicados y no menos mediáticos, puede que se lleven una sorpresa porque estas materias forman parte de una visión mucho más amplia del problema. La encerrada en las tres citas ofrecidas al lector.

Nuevamente, Francisco lleva adelante su preocupación por una vida creyente, y meramente humana, entregada a la felicidad, a la esperanza, y a la alegría. Y rechaza toda presión contextual para imponer todavía más fardos sobre las personas, a quienes solamente debemos ayudar, unos a otros, a vivir el evangelio de Jesucristo como fuente de energía existencial. Francisco sigue ahí. Tomar nota.

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