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Columnata abierta

Ochenta es menos que seis

El periodismo perdería su sentido si sólo pudiera enfocar el bien, si ejerciera únicamente de altavoz de la sabiduría de esos pocos que hacen avanzar al género humano por el camino de la civilización. Parte de su razón de ser se halla en realizar una pedagogía inversa, es decir, en mostrar el negativo de la fotografía para percibir adecuadamente todos los colores de la realidad, que incluyen la negrura de la abyección moral. A Jordi Évole le han llovido las críticas por su última entrevista a Arnaldo Otegi, y a mi me parecen injustificadas. El antiguo Follonero aprendió de su error en 2009, cuando enganchó al líder batasuno a la salida de un mitin en el velódromo de Anoeta, y se sentó con él en unas escaleras para echar unas risas. Minutos después de deslizarse en su discurso por el tobogán de la apología del terrorismo, Otegi apareció ante Évole como un tipo jovial y chistoso, el compañero ideal para ir a tomar unas cañas por Hernani sin riesgo de que nadie entre en la tasca y te levante la tapa de los sesos. Évole se sintió seguro, pero creo que, pasado un tiempo, también avergonzado por el espectáculo denigrante que ofreció a millones de espectadores.

Así que Évole estaba esperando de nuevo a Otegi para entrevistarlo, esta vez a su salida del penal de Logroño, donde ha cumplido seis años y medio de condena por intentar reconstruir a las órdenes de ETA un órgano político similar a Batasuna. Otegi negó tajantemente en la entrevista considerarse un terrorista, negativa con la que se muestra de acuerdo una parte de la opinión pública vasca y española. No parece motivo suficiente haber sido condenado por pertenencia a banda armada, ni tampoco otras dos condenas firmes por enaltecimiento del terrorismo. Antes, Otegi había sido condenado por el secuestro de un empresario alavés, pero él siempre negó su participación en los hechos, lo cual pone en duda el fallo según el parecer de los que consideran a Arnaldo un hombre de paz. Me parece respetable, pero entonces habría que aplicar el mismo argumento a los condenados por corrupción que niegan haberse llevado un euro, a los pederastas que afirman no haber rozado jamás a un niño, o a los evasores fiscales que en su vida oyeron hablar de Panamá.

La entrevista de Évole resulta imprescindible porque desnuda la verdad tenebrosa de Otegi. El periodista repregunta en el tono exacto, y hace recular varias veces al entrevistado sólo con la expresión de asombro de sus ojillos miopes. Otegi trata de mostrarse empático con las víctimas de ETA recordando su reacción al recibir una llamada en prisión para decirle que su madre está muriendo en su domicilio por una enfermedad. Otegi equipara su situación con la del padre que recibe una llamada tras un atentado para comunicarle que "su hijo ha muerto". Évole flipa, y le puntualiza la comparación entre una muerte natural y un asesinato. Otegi se desdice. Luego viene el recuerdo del atentado de Hipercor: Otegi afirma que ETA no quería matar porque dio dos avisos de bomba, y el periodista le recuerda que quien pone decenas de kilos de explosivos en el parking de un supermercado sabe bien lo que puede ocurrir. Y por último, la canallada sobre las mujeres y niños asesinados en las casas cuartel de la Guardia Civil: Otegi argumenta que ETA ya había advertido en varios comunicados que esas familias no podían vivir ahí. Como el estado español no hizo caso llegaron las consecuencias. A estas alturas de la entrevista ya era difícil contener el vómito. Pero no acabó ahí la cosa.

Cuando asesinaron a Miguel Ángel Blanco Otegi estaba en la playa de Zarautz, "como un día cualquiera". Estupefacto por la confesión, Évole le recuerda que él era el portavoz del brazo político de ETA, y entonces Arnaldo le contesta que él no sabía que lo iban a matar. O sea, Otegi era el único vasco que desconocía que esa tarde concluían las 72 horas de la ejecución a cámara lenta del joven concejal ordenada por ETA. Finalmente, Otegi reconoce expresamente que el fin del terrorismo etarra vino motivado por un cambio de estrategia al constatar que el proyecto de independencia para Euskal Herria estaba estancado, y que las "acciones armadas" perjudicaban su avance. Entre tantas respuestas obscenas Otegi no encontró la manera de incluir un sólo reproche moral al terrorismo, algo según él "difícil de definir, pero no quiero entrar en un debate semántico". Para mi la entrevista es una joya porque retrata con nitidez a un personaje indecente al que algunos quieren rehabilitar a toda prisa.

Tan rápido que pasado mañana Otegi dará un discurso en Bruselas invitado por el Grupo Parlamentario de la Izquierda Unida Europea, en el que se integran los eurodiputados españoles de Podemos e Izquierda Unida. Son los que se arrogan en cada discurso una ejemplar superioridad moral, y nos piden generosidad y altura de miras para superar cuanto antes un conflicto que nos dejó el último cadáver hace seis años. Al salir de la conferencia de Otegi, la izquierda que arropa a este soldado de la paz seguirá luchando sin descanso por la recuperación de la memoria histórica, la demolición de cualquier vestigio de una guerra que provocó miles de víctimas inocentes en ambos bandos, y la reapertura de las fosas de los asesinados hace ochenta años.

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