La neutralización y detención por sorpresa, en una eficaz operación policial, del joven marroquí de 26 años Mohamed Harrack en Palma, ha puesto en evidencia que es imprescindible estar muy alerta ante el riesgo que representan quienes se mueven en la órbita del yihadismo. En esta oportunidad, la opinión pública mallorquina ha percibido la dimensión de una potencial amenaza próxima que solo la buena acción de las fuerzas de seguridad del Estado y de los jueces ha evitado.

Harrak vivía en Son Gotleu con aparente normalidad. Había trabajado de cocinero en un hotel de Santa Ponça y ejercido como árbitro colegiado de baloncesto durante 8 años. Tras este comportamiento se ocultaba lo que se intuye como una doble personalidad, incluso con una aspiración policial frustrada por sus antecedentes penales tras agresiones en el ámbito familiar. En las redes sociales mantenía distintos perfiles, en los que ha dejado un rastro de simpatía hacia los combatientes del Estado Islámico, el intento de captación de adeptos para la yihad y la planificación de un atentado en España que no pudo llevarse a cabo "por causas ajenas a su voluntad". Estos son los motivos esgrimidos por la magistrada de la Audiencia Nacional en el auto en el que acuerda el ingreso en prisión preventiva de Mohamed Harrak.

La detención en Palma de un presunto terrorista de estas condiciones no debe sobredimensionarse, pero tampoco infravalorarse. Resulta imprescindible encuadrarla en su dimensión adecuada, para adquirir conciencia real de lo ocurrido, poder adoptar las medidas idóneas y, por último, evitar el efecto de perjuicios colaterales a un incidente que, ya de por sí, resulta preocupante.

El arresto de un posible yihadista en Son Gotleu demuestra, una vez más, que por desgracia hoy nada ni nadie queda exento de la hipotética amenaza del terrorismo más execrable. Pero la realidad tampoco puede ser manipulada para criminalizar a un colectivo determinado, en este caso el de los inmigrantes marroquíes, o a un lugar como la barriada palmesana de Son Gotleu, que ha estado afectada en diversas ocasiones por la conflictividad social y la desestructuración.

También queda patente, en otro sentido, que la labor preventiva de las fuerzas policiales resulta eficaz e imprescindible. Frente a las justificadas críticas ante los últimos atentados de Bruselas, en Palma sí que se ha sabido intuir el peligro a tiempo y extirparlo de forma adecuada.

Esto resulta especialmente importante en un lugar tan sensible como Mallorca. Si la vida y la libertad de las personas deben salvaguardarse en todo lugar, en esta isla es imprescindible el añadido de velar en pos de la cohesión social y los intereses económicos de quien vive del turismo y por tanto necesita garantizar su seguridad en sentido pleno.

Este último incidente no deteriora en absoluto las garantías de estabilidad que ofrece Mallorca a sus visitantes. No lo hace pese a las exageraciones de algunos medios de comunicación extranjeros sensacionalistas, e incluso teóricamente serios, pero también recuerda que la impermeabilización total resulta imposible mientras algunos seres humanos, normales en apariencia, sean capaces de concebir el daño directo hacia sus semejantes. La Policía y la colaboración ciudadana están para neutralizar estas desviaciones y para demostrar que su buena labor también contribuye de forma decisiva a generar confianza entre los residentes y visitantes de la isla.

Y no podemos olvidar la importancia de que los líderes de la ya extensa comunidad musulmana de Mallorca colaboren de manera firme y permanente en la crítica pública de quienes defienden ideas o comportamientos inadmisibles en una sociedad libre y democrática que respeta y ampara sus creencias. Mallorca es un lugar de bienvenida y de integración, y para seguir siéndolo se necesita la implicación de todos.