Según se ha filtrado informalmente, Pablo Iglesias y Alberto Garzón estarían dispuestos a cerrar un complejo y conflictivo acuerdo para que sus respectivas organizaciones concurran juntas a las elecciones del 26J. La razón es puramente estratégica: Iglesias necesita detener la previsible sangría que padecerá su partido, en parte por el abandono de la clientela desairada, en parte por la emancipación de las confluencias, y ambiciona para ello el millón de votos de IU. Y Garzón necesita remontar los pobrísimos dos escaños obtenidos el 20D por causa de la ley d'Hondt a pesar de haber logrado un respaldo significativo en todo el Estado. Frente a la servicialidad de Garzón, dispuesto a diluirse en el magma de su competidor de izquierdas, se alza sin embargo un argumento demoledor: Podemos está perdiendo insistentemente apoyos por la izquierda, que van a parar a Izquierda Unida, por lo que alianza parece un disparate táctico. En cualquier caso, este matrimonio de conveniencias desestabilizará previsiblemente a ambos partidos. Podemos ha decidido arbitrariamente por cierto no celebrar primarias sino repetir las listas del 20D. Evidentemente, el pacto con IU obligará a mover esas listas, lo que irritará a quienes resulten damnificados. Además, no todo Podemos está por tal unión: Errejón ya advirtió que "los acuerdos que se hacen bien multiplican y los que se hacen mal dividen". Y rubricó su oposición con un dictamen: "Las cuentas de ábaco no funcionan casi nunca". En IU, tampoco será general la alegría. El PC no verá con buenos ojos esta desnaturalización. Y los amigos de los socialistas, con Llamazares en cabeza, ya han afeado a Garzón que esté dispuesto a sacrificar IU para engordar el proyecto de unos advenedizos de dudosa filiación.
