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Y tú no regresaste

El drama a que nos enfrentamos siquiera como espectadores cuando vemos o leemos del aluvión de inmigrantes, trae ecos del pasado porque guarda dolorosas similitudes con el Holocausto. También, como entonces, gentes sin otra responsabilidad que la de habitar un país en guerra y no pertenecer al bando opresor, por etnia o convicciones, se ven abocadas a un periplo de incierto final y, en el ínterin, sembrado de cadáveres inocentes.

Así lo pensaba mientras recorría los vestigios del salvajismo: los campos de concentración de Terezín y Auschwitz. A la entrada de ambos, aquel Arbeit macht frei ("El trabajo os hará libres"); la macabra burla con que se recibía a quienes, en el mejor de los casos, esperaban unos meses de trabajos forzados antes de seguir la suerte de la mayoría en las cámaras de gas. Durante el trayecto, omnipresentes, el hacinamiento, hambre y frío como sigue ocurriendo ahora. Quizá verían morir a algún familiar antes de terminar entre alambradas y al arbitrio de terceros: los nazis u, hoy, las comisiones europeas, dubitativas e inoperantes para prolongar como antaño un duelo interminable. Por Terezín, el pequeño pueblo a unos ochenta kilómetros de Praga y que los alemanes rodearon con un muro en 1941, pasaron unos 155.000 judíos de los que 35.000 murieron. En cuanto al resto, deportados a la vecina fortaleza o a otros campos de exterminio, la mayoría corrieron la misma suerte. Tras contemplar los barracones, celdas de cinco metros para diez presos, los crematorios y el museo que conserva poesías, algunas escritas por niños, me prometí no volver a escenario semejante y sin embargo, pasados unos años, no pude resistirme, en Polonia, a repetir la dolorosa experiencia.

En esta ocasión fue en Auschwitz, de camino hacia Cracovia. ¿Por qué? Quizá impelido por la lectura de algunos que estuvieron allí y relataron el horror; desde Primo Levi (Trilogía de Auschwitz) a Lustig, Irène Nemirovsky y la Suite francesa libro póstumo hallado en una maleta y publicado por sus hijas en 2006; su lectura me estremeció o Dora Bruder, el personaje en la novela de Modiano. Tal vez por constatar sobre el terreno la razón de algunas convicciones expuestas en breves frases "Después de Auschwitz, es un hecho de barbarie escribir un poema" (Adorno); "Tras Auschwitz, la felicidad resulta imposible" (Imre Kertész) o simplemente para sentir en carne propia, al modo de una terapia, la atrocidad con rostro humano. Sea como fuere, el campo para "el tratamiento especial", como decían eufemísticamente los asesinos, me ha perseguido desde entonces y se aparece junto a esos sirios ateridos y durmiendo al raso; sobrevuela las pateras con que los despojados cruzan el mar y se dibujan cruces gamadas en alguna que otra frontera, obligándome a cambiar mis iniciales reticencias respecto a una acogida masiva por la compasión sin matices. Como entonces, la desaparición de cuerpos amados convertirá en castigo el futuro de los supervivientes y, otra vez, la memoria histórica será bandera del desconsuelo para todos nosotros.

Dada mi querencia por los escritores, habrán de comprender que ejemplifique en ellos la agonía de esas más de 1.200.000 víctimas, judíos en un 80%. De entre los autores conocidos que sobrevivieron, algunos se suicidaron después, incapaces de sobrellevar la experiencia. Jean Améry, Tedeus Borowski a los seis años de su liberación y con sólo 29, Primo Levi? Por lo demás, allí murió la hermana de Kafka, el padre de Danilo Kis o los padres y hermana de Elie Wiesel, Premio Nobel de la Paz. Pasé frente a enormes salas transformadas en almacén de los zapatos que en su día llevaron los gaseados con Zyklon-B, sus maletas apiladas o montones de pelo cortado antes de entrar en las duchas de gas. Junto a las vías ferroviarias de Auschwitz-Birkenau, por aquellos días un camino sin retorno, me hice de nuevo el firme propósito de alejarme para siempre, esta vez sí, de lugares semejantes y, en mi desánimo, marché del siniestro entorno repitiéndome con Wiesel que allí no murió sólo un hombre sino la idea de hombre. Y lo acertado del diagnóstico no ha perdido vigencia ya que, como apuntaba al comienzo, esa Historia transformada en baldón de la humanidad no ha conseguido evitar que se repitan procederes que la recuerdan.

Seguimos, muchos de nosotros y quienes debieran arbitrar las oportunas medidas para impedir el remedo de aquel pasado de oprobio, mirando hacia otro lado como hicieron en tiempos quienes sabían del genocidio y lo callaron. Prosiguen las matanzas, disparos o degüellos en vez del gas mortal, y los huidos del ensangrentado fanatismo de hoy dejarán en sus casas lejanos atisbos de felicidad que no podrán llevar consigo y tal vez, en su huída hacia lo desconocido, a algún ser amado o la propia vida. Cualquiera de ellos o quienes no volverán a verlos, podría suscribir el título de esta columna que es, a su vez, copia de la novela que Marceline Loridan, deportada a Auschwitz, escribió sobre su padre, muerto allí. "Y tú no regresaste".

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