Diario de Mallorca

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José Carlos Llop

El hombre tranquilo y algunos inquietos

1) Este verano hará treinta años que un grupo de amigos y conocidos nacidos todos en 1956 decidimos celebrar nuestros treinta años juntos. Lo hicimos en el Hotel Ciudad Jardín, con su torre moruna, su gran piscina vacía y su arquitectura entre déco y orientalista, entonces, casi abandonada (años después se restauraría). Estaba junto al mar y parecía el escenario de una novela de Scott Fitzgerald: por eso nos gustaba y lo elegimos para aquel aniversario tan señalado. Para la mitad de nosotros, si no para más, el arte y la vida debían de ser lo mismo; es decir, nutrirse la una a la otra y así interpretarse e interpretarnos. Si no recuerdo mal, ninguno de los que pienso ahora treinta años después se ha apeado de ese tren: el arte ha sido, en sus distintas facetas, nuestra forma de vida.

Uno de nosotros era Max. Max Capdevila, el dibujante de historietas, el creador de Peter Pank, una de las almas del Rrollo Enmascarado y la revista El Víbora. Max, el poseedor de un potente erotismo. Max, el habitante de la Isla de Nunca Jamás y el botánico lovecraftiano. Max el filósofo antiguo. Max el metafísico moderno. Hay más Max sin que haya dejado nunca de ser Max. Guardo por algún lado una fotografía de ambos, minutos antes de que empezara aquella fiesta. La mirada de Max en ella es la mirada de un hombre tranquilo, que sabe lo que quiere y que si te abraza es que va en serio. La mirada de Max es la misma mirada que sigue teniendo ahora, como esas eles que mastica con la lengua y el paladar cuando habla y que tampoco han cambiado. La mirada de Max es una mirada generosa y muy inteligente lo que ha visto y ve lo demuestra en sus álbumes y libros que disimula cualquier brillo inútil que pueda subrayar esa inteligencia, para no interferir en el curso natural de las cosas. La mirada de Max siempre te abre las puertas de su casa.

Ahora Max ha regresado, por encargo del Museo del Prado, a uno de los mitos de nuestra juventud, la pintura de El Bosco, despojándola de horror vacui y llevándola a sus propios escenarios metafísicos, sin dejar de ser El Bosco, ni dejar de ser Max. Todavía no he visto el libro, pero pienso que de todo lo que hayamos hecho en estos treinta años, ésta será seguro no sólo una de las piezas más importantes la cosecha del 56, sino de nuestra generación. El Bosco y Max, sí, mientras lo celebro por puro azar contemplando un cuadro de otro Max, Max Klinger, que es un homenaje a Max Capdevila y no al revés mucho antes de que nuestro Max existiera. Está pintado en Viena a principios de siglo XX y se titula La embajada. En él dos marabúes y una cigüeña contemplan a una mujer desnuda que toma el sol junto a una pita. Lo demás es arena, mar y cielo. Y es, también, un fragmento del mundo de Max, de los mundos de Max. Podría ser Mallorca, la isla que él hizo suya hace muchos años. La isla que ha acogido a Max y Max le ha devuelto con creces lo que ella haya hecho por él. Discreto y sabio como sólo lo saben ser algunos hombres buenos.

2) La nueva consellera de Cultura (y unas cuantas cosas más sobre las que no entiendo) dijo en su primer discurso que no hace falta ser escritor para gestionar cultura. Tiene razón. Como Hernández y Fernández, yo aún diría más: debería ser imprescindible no ser escritor para gestionar cultura. Los cargos públicos y la literatura no se llevan muy bien, entre otras cosas porque los cargos son efímeros y la literatura cuando lo es de verdad no. Aquí ya tienen un primer punto de fuga. Otro es que los escritores somos gente rara, muy rara. Hay más, pero no voy a citarlos. A lo mejor para gestionar algo sobre lo que no se sabe nada cosa que ocurre a veces en lo público y no lo digo por la nueva consellera de la que soy yo quien nada sabe sólo se necesita carácter y dotes organizativas y capacidad de decisión y cierta autoridad moral y buenas formas y respeto por la diferencia y no sé cuántas cosas más. Y a lo mejor tenerlas todas es tan difícil como ser escritor y querer gestionar cultura, que tampoco lo sé ni lo sabré ni lo he querido saber nunca.

3) Gestionar la cultura suena, como mínimo, raro. Pero si a cultura sumamos espiritualidad sin que apenas se practique lo que es eso entonces ya es la repanocha. Hace unos días se publicaba la noticia del nacimiento de una cosa llamada "Spiritual Mallorca". No me digan que el nombre no sea fascinante. Pero si lo es el nombre, lo es aún más lo que pretende. Vean si no: "Una gran ruta por las emociones, el corazón y el alma de los mallorquines". En fin. Estábamos acostumbrados a las rutas escondidas por un lado y a las autopistas por otro. Pero a una gran ruta por las emociones, el corazón y el alma, no sé si lo vamos a poder soportar incólumes. De entrada parece una canción de María Dolores Pradera. Y después suena a intromisión en las emociones, corazón y alma de los mallorquines. A eso le llaman "Spiritual Mallorca". Si es que lo tenemos todo. Cobrando un ticket, por supuesto, de "sólo cinco euros". Me parece muy barato para tanta emoción, corazón y alma. Y sobre todo, una gran ruta, no lo olvidemos. Después nos quejaremos de overbooking espiritual. Perdón, "spiritual".

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