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Siguen las dudas: no hay dos sin tres

Prosiguen las llamadas telefónicas, reuniones aireadas o de tapadillo y algún que otro paseo para hablar de literatura tal vez uno de ellos recuerde Lo que el viento se llevó y el otro se esfuerce en emular al Capitán Trueno. Ni contigo ni sin ti sino todo lo contrario y, entretanto, ciento y pico días han pasado desde que se alumbró un revoltillo que no tiene visos de cuajar para hacerse plato comestible, así que, de seguir por parecidos derroteros, el 2 de mayo se irá todo al contenedor y sólo quedará confiar en que junio no nos traiga más de lo mismo. O sí, porque puede ser preferible el ruido de tripas por ayuno de gobierno que verse obligado a tragar según qué.

Quizá no sea adecuado hacer nuestra la opinión de Baltasar Gracián mucho tiempo atrás: gente incapaz, sin ciencia ni experiencia. No obstante, nadie diría que hayan cambiado los perros más allá del collar con que se muestran, y denostar de la casta parece una táctica coyuntural mientras se guarda cola para entrar en dicha categoría. En el ínterin, lo de siempre: entre la autosuficiencia, el ninguneo y el regate estratégico, a la espera de que el beneficio perseguido deje algunas sobras con que alimentar el espejismo del forzoso aliado porque, de poder hacerse alguien con la silla sin precisar de apoyos, ¡iban a ver lo que vale un peine! Y, para ejemplo, Rajoy el egotista, definitivamente descabalgado so pena de nuevos comicios y dado de bruces con lo que todos sabemos excepto él: que un poder grande no se pierde a medias.

El caso es que, como dijo Boris Vian en uno de sus libros, no siempre hay un número impar de soluciones: una mayoría absoluta o tres (los reunidos el jueves), aunque si el novelista hubiese podido asistir al actual esperpento, se habría percatado de que tampoco las soluciones pares se consiguen a la vuelta de la esquina. Ahí tenemos al dúo PSOE-C's en tránsito hacia la nada, mientras que por la izquierda más o menos diluida y/o resquebrajada no se ha conseguido ir más allá del desencuentro y, de paso, etiquetar las presuntas alternativas: "Solución 199" (PSOE-C's-Podemos), inviable aunque sea impar en participantes y número de escaños, "Solución 161", la preconizada por Iglesias y que tampoco se antoja posible ya que precisaría de las abstenciones de C's y los soberanistas, o la que el presunto vicepresidente, que dimitió antes de ser nombrado, gusta de llamar "pacto a la valenciana", aunque el caloret no parezca suficiente como para soldar lo que su defensor quisiera.

No puede haber dos sin tres para alzarse con el santo y la limosna, pero descartado el PP en cualquier ensamblaje, nadie quiere ser el tercero en una carrera que parece abocada a terminar como el rosario de la Aurora que, como es sabido, acabó en tangana y desbandada. Pedro Sánchez no puede aspirar a meter el gol contraviniendo los límites que para la jugada marcan desde su propio bando y, descartada la aceptación de un referéndum por la independencia catalana, no hay dueto que pueda llegar a la meta porque todos ellos se han revelado incapaces de, siquiera para poner fin al marasmo, asumir ese principio esencial de la democracia que supone llegar a acuerdos desde opiniones distintas. C's, con Podemos, ni a la vuelta de la esquina y, en cuanto a los segundos, persisten en el palabreo a que nos tienen acostumbrados para asaltar ése su cielo cada vez más lejano. Iglesias afirma que los de Ciudadanos deberán justificar que Rajoy se mantenga en el poder por su causa, pero pasa por alto la parte de responsabilidad que les atañe por negarse en su día a la investidura de Sánchez. Y venir ahora con que se arremangará la camisa, no hace sino subrayar la estética con que se nos viene presentando. Puro desenfado para la galería, de modo que nada nuevo.

Ninguno de los tres partidos en liza (el PP aspira a la discordia de todos desde su forzada soledad) desea que le señalen como responsable del definitivo desaguisado, aunque seguramente C's podría beneficiarse de unas nuevas elecciones. Pese a todo, seguirán en igual diálogo de sordos y pasándose por el arco del triunfo la felicidad de los ciudadanos, que debía ser (escribirlo en presente supondría un mucho de ingenuidad), según la Constitución de 1812, el principal objetivo del Gobierno. No obstante, los años no pasan en vano y, llegados aquí, muchos empezamos a pensar aquello de que el mejor Gobierno, entre cualquiera de los que nos fuera dado imaginar, es el que no gobierna. Y para decisiones en beneficio de la mayoría, sería más que suficiente con los correspondientes comités de expertos elegidos por los adecuados Colegios Profesionales y renovados anualmente, lo que por ende no costaría un duro.

A buen seguro que no se irá por ese camino sino a la búsqueda de un poder, antes o después y que, como sabemos, hunde sus raíces en la inseguridad de una ciudadanía que a estas alturas, entre tanta polvareda, ya no acierta a distinguir entre coletas y coletillas, tictac o tactic-a, apostura o postureo? Y, lo que es peor (o no), tras el 26 de junio podríamos seguir en las mismas. Sólo nos queda esperar a verlas venir.

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