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Una preocupación muy europea

Comentábamos ayer el sentido último del voto negativo de los holandeses a la ratificación del acuerdo de asociación entre la Unión Europea y Ucrania. Como es sabido, los euroescépticos, a los que Ucrania no les interesa en absoluto, consiguieron convocar ese plebiscito en son de protesta antieuropea mediante una recogida de firmas, y luego ganarlo con el 61% de los votos y una participación del 32%, dos puntos por encima de la mínima para que el referéndum tenga validez.

El resultado no es vinculante, pero puesto que la consulta ha tenido lugar por sus cauces legales, lo democrático es respetar lo acordado por la soberanía popular holandesa. Pero no: en nuestra inefable Unión Europea, las decisiones populares que contradicen las que adoptan los líderes en los despachos bruselenses pueden ser reinterpretadas, relativizadas, cuestionadas, matizadas y finalmente tergiversadas. Y en eso están ahora las autoridades holandesas: "confío en que encontraremos una solución", ha declarado compungido el ministro de Asuntos Exteriores holandés, Bert Koenders.

Y en efecto, analistas y juristas explican los corresponsales en La Haya están ya estudiando cómo se puede orillar la decisión holandesa para recuperar la unanimidad perdida. Nadie duda de que lo conseguirán y, como ya ha sucedido otras veces, el acuerdo se ratificará pese a la oposición holandesa tras aplicar algún subterfugio jurídico. Lo que sin duda reforzará la posición de los euroescépticos y extenderá el contagio de su incredulidad, hasta que llegue un día en que la sinrazón sea inocultable y Europa salte por los aires.

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