Salvo piruetas de última hora, es probable que haya otra convocatoria de elecciones generales y los resultados tendrán una repercusión especial en Balears porque la estructura de poder en la mayoría de las instituciones de las islas está vinculada a la colaboración entre PSOE, Més y Podemos. Si se produce un distanciamiento todavía mayor entre socialistas y podemistas, o un choque de alcance difícil de imaginar, las consecuencias pueden sumar inestabilidad a un pacto endeble, por mucho que sus promotores, en especial la presidenta Francina Armengol, se empeñen en venderlo como algo ejemplar y exportable por su eficacia contrastada.

Lo ocurrido en las últimas semanas con la crisis en el Govern de Balears es un buen reflejo justamente de lo contrario, de las contradicciones y dependencias que supone cualquier coalición de gobierno, Si cuando tiene el poder un solo partido se dan batallas y problemas constantes —recordemos los permanentes líos y sustituciones en los Ejecutivos de Bauzá en las áreas de Sanidad y Educación, entre otras— todo se multiplica si el mando lo comparten varias coaliciones. En esa situación, el espectáculo de los rifirrafes está servido y garantizado, no sólo por los intereses y ambiciones de las fuerzas políticas que negociaron para gobernar juntas, sino por las disparidades y tensiones en el interior de cada una de ellas.

Nada nuevo en Balears, donde la experiencia de coaliciones siempre ha sido conflictiva y varias veces ha acabado con una resaca judicial dramática. En el caso del Govern Armengol no hacía falta ser muy perspicaz para pronosticar víctimas por fuego amigo cruzado. Han pasado apenas diez meses desde que se constituyó el Govern del cambio, que blasona machaconamente de ser el adalid de la nueva política, y ya tenemos una crisis del Govern que ha supuesto movimiento en nada menos que tres conselleríes de un total de diez. Para más inri, la paradoja es que el conflicto fuerte ha estallado en la llamada conselleria de Participació, Transparència y Cultura. Lo ocurrido es cualquier cosa menos un ejercicio de transparencia. Al vodevil de la crisis no le faltó de nada: una consellera que sale de escena sin que sus allegados sean capaces de explicar dónde se encuentra; unos diálogos en que los protagonistas se cruzan acusaciones de deslealtad, traición e inmadurez; y una sucesora que recurre a la mordacidad para subrayar que ella no es escritora como su predecesora.

Y estamos describiendo actitudes de los socios de gobierno, porque los líderes de Podemos no desaprovechan la ocasión para tener protagonismo metiendo el dedo incluso sin llaga, en su permanente afán por dar la imagen de que son la única izquierda verdadera.

Pablo Iglesias apuntó el viernes un análisis que roza la ruptura del diálogo y propicia atisbar una posible estrategia que plantea el reto electoral en una pelea sin cuartel por los votos progresistas o de izquierda. Su teórico amigo e hipotético socio de gobierno pasaría a ser el enemigo principal a batir, el trono a conquistar.

Si este horizonte se plasma en hechos, las consecuencias para el pacto de gobierno en Balears pueden ser desquiciantes. En una situación de aparente cercanía, los chispazos son permanentes, ya podemos imaginar lo que ocurriría si está en juego la supremacía en una pugna casi a vida o muerte política para alguno de los protagonistas.

Y todo esto ocurre con una oposición conservadora bajo mínimos y enfrentada en una virulenta guerra interna por el poder, con un último choque bochornoso entre Biel Company y José Ramón Bauzá.