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Antonio Papell

La Europa decadente

La emigración siria hacia Europa, que se ha acumulado a las flujos de emigrantes socioeconómicos que viene recibiendo el viejo continente, ha rebasado la presión crítica soportable y ha hecho saltar por los aires la europeidad y sus delicados resortes. Shengen ha cedido ante la intransigencia de los nacionalismos; Reuters ha informado de que los países del Este europeo han alzado ya 1.200 kilómetros de muro en sus fronteras exteriores, lo que equivale a la tercera parte de la muralla que Trump quiere que se construya entre los Estados Unidos y México; y los campos de acogida de inmigrantes, más o menos hospitalarios, que se repartían por todo el espacio de los Veintiocho, se están convirtiendo en sórdidos campos de concentración, en cárceles, donde se recluye a los intrusos, muchos de los cuales serán directamente expulsados.

En primera instancia, al advertirse la tragedia humanitaria de la guerra de Siria, Merkel ofreció con generosidad solidaria y retórica acogida a los trasterrados, lo que provocó gran indignación en Alemania y en la mayoría de los países centrales de la UE. Después, se pactaron acuerdos de reparto de inmigrantes en todo caso, menos de 200.000 entre los Veintiocho, según las posibilidades de acogida de cada cual; de los más de 16.000 que se comprometió a recibir España, han llegado 18. Todo un récord, que da idea de que por encima de las declaraciones, existe una frontal resistencia de Bruselas a aceptar a los refugiados políticos que llegan de las guerras de Oriente... de las que tampoco los europeos son por completo inocentes. La negativa es general pero adquiere tintes más rotundos si cabe en los antiguos países de la órbita soviética, hoy en la UE: la catolicísima Polonia, por ejemplo, se ha desdicho de sus anteriores ofertas y no acogerá a inmigrante alguno, a pesar de las presiones humanitarias del Papa Francisco?

Europa ve en definitiva desvanecerse sus valores fundacionales, atrapada en las redes de una ortodoxia inclemente e inhóspita presidida por el exprimer ministro luxemburgués Juncker, un personaje experto en ingeniería fiscal que dotó a su país de las herramientas financieras que permitieron a grandes empresas residenciarse en su pequeño paraíso fiscal todavía, en el corazón de Europa pagando el 1% de los beneficios en concepto de impuesto de sociedades. El descubrimiento de los papeles de Panamá acredita que la putrefacción invade las elites europeas, desde la Comisión Europea a la FIFA, pasando por las diversas aristocracias institucionales, sociales y económicas. También la Comisión Europea, por supuesto, aunque sea por vía de consorte.

En este contexto, se entiende cada vez mejor que los británicos, que no se sienten implicados en las inercias que lastran el viejo continente, que ni siquiera se contaminaron de los populismos radicales que desembocaron dramáticamente en la Segunda Guerra Mundial, y que tuvieron que desembarcar a rescatarnos de las garras de aquel delirio expansionista y homicida, pretendan salirse de un club cada vez más cuajado de desconfianzas y más incapaz de concertar políticas creativas y brillantes dignas de una gran potencia. El Brexit es una posibilidad oxigenante para una sociedad viva como la del Reino Unido, aunque finalmente no se materialice.

Por lo demás, el actual 'impasse' español nos demuestra indirectamente lo alejados que están los parlamentos nacionales de la realidad europea. Tras el 20D, Rajoy ha acudido a las últimas cumbres con unas instrucciones específicas del Congreso precisamente a causa de que se encuentra en funciones, pero en circunstancias normales el jefe del gobierno ha acudido a los Consejos Europeos sin pulsar la opinión del parlamento, y como mucho rinde cuentas luego, testimonialmente, de lo acordado. Para los Estados miembros, la UE sigue siendo una superestructura lejana, distante, desvinculada de la realidad tangible de las políticas nacionales.

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