Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Jose Jaume

La ideología de las piedras de sa Feixina

Las piedras no tienen ideología, sentencia Arca. Es uno de los peregrinos argumentos de la entidad para apuntalar su cruzada para que no sea eliminado el pedrusco de sa Feixina: monumento a la concordia, según no menos peregrina e interesadísima apreciación de otros. Veamos: ¿carecen de ideología las piedras? No parece ser así, porque, en tal caso, iglesias cristinas, mezquitas musulmanas, sinagogas judías y templos budistas, hinduistas o confucionistas no habrían sobrevivido al paso del tiempo. Las piedras tienen ideología, mucha. Las catedrales constituyen un maravilloso ejemplo de la que las inspiró: Sin el aliento de la ideología que cimentó la cristiandad europea no las tendríamos entre nosotros. Arca, que en sa Feixina desbarra con contumacia, ha exhibido un argumento de inaudita endeblez. ¿Está ausente la ideología del desasosegante mamotreto que atiende por Valle de los Caídos, levantado por orden del dictador Franco en una España colmada de penurias? ¿No hubo ideología en los pétreos monumentos nazis, coronados con la cruz gamada, erigidos a mayor gloria del Tercer Reich de Adolf Hitler o los fascistas de Benito Mussolini? Ambos, bueno es recordarlo, aliados de quien inauguró su émulo de sa Feixina, que no fue otro que el general Franco. ¿No existió la ideología en las abrumadoras esculturas y edificaciones construidas por los dictadores comunistas, Stalin, Mao o la familia de genocidas norcoreanos?

Seamos claros: la cruzada desatada contra la iniciativa del Ayuntamiento de Palma de demoler el monolito es profundamente ideológica, nada tiene que ver con la presunta pretensión de salvaguardar el patrimonio histórico-artístico de Ciutat. Las razones por las que Arca se ha sumado con ardor y entusiasmo a la cruzada iniciada por quienes quieren conservar el monolito permanecen en zona de penumbra; la de los demás, no, porque son los mismos que se oponen a que se eliminen de los callejeros de las ciudades de España los nombres de los militares, falangistas y restantes conmilitones que dieron el golpe de Estado contra la Segunda República desencadenando la atroz Guerra Civil de 1936-1939. En sa Feixina, años tras año, los falangistas valerosos, camisa azul, mirada perdida hacia el infinito, han velado sus armas en las madrugadas del 20 de noviembre. Era y es su monumento, el que recordaba y recuerda la victoria de los sublevados en la Guerra Civil. Reiterémoslo: lo inauguró el general Franco; la Falange lo alentó mediante una supuesta cuestación popular en la que colaboraron con fingido entusiasmo quienes debían hacerse perdonar veleidades liberales de antes de la guerra. En la década de los años cuarenta del pasado siglo, cuando el partido único, Falange, ponía en marcha un acto político, fuere cual fuere, no había lugar para el disentimiento: la adhesión inquebrantable era la única alternativa. Sa Feixina era y es un genuino monumento fascista.

Decir que el monolito, despojado de sus elementos franquistas por una alcaldesa socialista, la pusilánime Calvo, ha dejado de ser lo que fue, constituye una de las numerosas falacias que se están esgrimiendo para ocultar la verdadera pretensión que se agazapa tras la oposición a demolerlo: la inmensa incomodidad que se siente al tener que revisar nuestro inmediato pasado. La derecha española sigue sin abjurar formalmente del franquismo; no acepta que se lleve a cabo lo que denomina una causa general contra la dictadura franquista argumentando que la Transición clausuró aquella etapa y que no hay que volver sobre ella, porque reabrir viejas heridas nunca ha sido beneficioso. Por el camino dejan de lado que todavía son miles las fosas comunes que en media España aguardan a que los hijos y nietos de los asesinados puedan dar sepultura a los suyos. El presidente del Gobierno en funciones dijo, en la entrevista que Jordi Évole le hizo en La Sexta el pasado domingo, que no tenía constancia de que esa sea la situación que existe en España. La de Rajoy es una más de las cínicas manifestaciones de los dirigentes de la derecha española. Todas de similar textura: la del desprecio.

Tomemos otro ejemplo: Marisé Fernández-Segade, entusiasta activista de la preservación del monolito. Afirmaba en declaraciones hechas a Diario de Mallorca que jamás tiraría sa Feixina, aunque fuera un monumento republicano. Pero cuando se le preguntó si estaba a favor de exhumar los cadáveres de los republicanos asesinados por el franquismo respondió tajante que no, "porque es absurdo", añadiendo que deben descansar en paz unos y otros, y apuntilla que "todos los fallecidos en las guerras están incorporados a nuestras vidas". Es decir, que quienes yacen en las fosas comunes, en ellas se han de quedar. Lo dicho por la señora Fernández-Segade es lo piensan casi todos los que quieren que el monolito siga donde está. Basta observar la composición de las concentraciones que ha habido junto al mismo para cerciorarse: estaban quienes tenían que estar.

Es chocante que tal pléyade de gentes haya dispuesto para la cruzada emprendida de la entusiasta colaboración de Arca, volcada en la lucha contra los iconoclastas proyectos de Cort. Si los dirigentes de la organización hubieran puesto parecido empeño en defender la eliminación de las terrazas del Borne, a fin de contrarrestar la inteligente y masiva propaganda de los restauradores, a lo mejor el resultado del absurdo referéndum ciudadano habría sido otro. Pero Arca a lo que se ve guardaba sus mejores armas para utilizarlas en algo muchísimo más trascendente: la aguerrida defensa del pedrusco de sa Feixina, un monumento a la concordia, un elemento urbano imprescindible, fundamental para que la identidad de Palma no quede desvirtuada. Cuánto esfuerzo absurdo, qué cantidad de tiempo perdido en sostener lo contrario de lo que no debería ser causa de tanto disparate. Siguiendo las tesis de Arca, en España, al igual que en Alemania o Italia, todo lo levantado para loar a tres regímenes criminales debería quedar preservado. En las dos últimas naciones no ha sido así. Aquí seguimos a la espera. Aquí las revisiones son consideradas anatema, por lo tanto execradas.

Compartir el artículo

stats