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Rajoy se pone de perfil

Sus adversarios y algunos de sus colegas de partido desearían que Mariano Rajoy diera un paso al lado para apartarse, cuando eso es exactamente lo que el presidente lleva haciendo toda su vida política. Se lo confesaba el otro día a Jordi Évole, al hablar de su trato con los adversarios o, lo que es más difícil aún, con los compañeros: "No me enfrento, procuro ir en paralelo. Así se es más feliz".

Más que una cuestión geométrica de paralelas, se trata del viejo arte de ponerse de perfil, posición muy útil cuando uno pretende pasar inadvertido. La especialidad la domina el primer ministro en funciones con destreza propia de Harry Houdini: aquel famoso escapista que desaparecía y reaparecía en un pispás ante su asombrado público.

La técnica del perfil resulta de lo más útil en los duelos a pistola, cuando los dos contendientes se alternan en el tiro. El que ha de recibir el disparo se coloca de lado para ofrecer la menor superficie de impacto al oponente, aunque hay quien prefiere hacerlo de frente y a pecho descubierto. Quizá eso explique la aparente facilidad con la que Rajoy se ha ido deshaciendo de los duelistas que tuvieron la escasa precaución de desafiar su mando dentro del partido que lidera. Es difícil hacer blanco en quien se perfila, por más voces que uno dé.

Gracias al uso de este método de escamoteo, Rajoy va a cumplir casi cuatro décadas ininterrumpidas en la política, saltando de coche en coche oficial por todo el ancho escalafón de las administraciones públicas.

Si la principal astucia del diablo consiste en hacernos creer que no existe, una de las habilidades de Rajoy es la de convencer a sus oponentes y al público en general de que es tonto o al menos dislálico. Para ello dice cosas como que "somos sentimientos y tenemos seres humanos" o "los españoles son muy españoles y mucho españoles", entre otras famosas frases de obligado repiqueteo en Twitter.

Torpezas como estas no casan con la brillantez oratoria que a menudo exhibe en el Congreso, de lo que los marianólogos deducen que bien pudiera tratarse de una táctica. Resulta difícil saberlo. Lo único seguro es que el presidente en prórroga aplica a la política una especie de budismo zen consistente en afrontar los problemas en la más perfecta quietud, al modo de un Don Tancredo en la plaza.

El propio Rajoy lo explicó en su día de esta enrevesada manera: "A veces la mejor decisión es no tomar ninguna decisión; y eso también es tomar una decisión". Se refería a su decisión de no decidir la petición de rescate de España en 2012, pero el retruécano podría aplicarse también a su inacción durante los tres meses transcurridos desde las últimas elecciones.

Mientras sus contrincantes no paraban de reunirse, posar ante las cámaras y hasta postularse sin éxito para la presidencia del Gobierno, Rajoy se puso una vez más de perfil. De momento, la aplicación de esta técnica que ni siquiera recogen los manuales de Maquiavelo le ha valido una prórroga de tres meses en su mandato, que al final serán seis si se celebran nuevas elecciones en junio.

Pudiera ocurrir que le madruguen el gobierno a última hora, claro está; pero tampoco es improbable que lo revalide si se cumple alguna de las encuestas publicadas este fin de semana. Con Rajoy, como con Houdini, cualquier cosa puede pasar en la pista.

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