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A mí que no me miren

Decía Goethe que estar preocupado es de personas inteligentes, ya que sólo los tontos carecen de preocupaciones. Mucho se ha escrito sobre el grado de divorcio entre la clase política y los asuntos que verdaderamente traen de cabeza a los ciudadanos. Y sobre hasta qué punto los medios de comunicación hemos contribuido a él. Pasear por el mercado, subirse a un taxi o hablar con la dependienta de algún comercio es, de hecho, la mejor manera para conocer el estado real de la economía y tomar el pulso a las corrientes de pensamiento social. Más allá de los titulares y de las palabras de quienes nos gobiernan o aspiran a hacerlo, que giran cual veleta según si están en el poder o en la oposición.

Pensaba esto porque, después de dos meses en el planeta Nóos ese lugar donde algunos periodistas hemos vivido y contado largas horas de interrogatorios, tuve la oportunidad de charlar un rato con mi peluquera. No suelo pasar mucho tiempo allí sólo lavar y cortar, la verdad es que si todas las clientas fueran como yo se morirían de hambre y trato de aprovechar los mediodías para ir porque es cuando hay menos gente y más rápido te despachan. Pero la rapidez de la última visita fue inhabitual. Como sorprendente fue encontrar el negocio vacío y dejarlo de la misma manera. Hay poca gente, ¿no? Sí, y la mayoría de los sitios del barrio están igual. El otro día lo comentaba con la chica de la tienda de al lado. Así llevamos ya unas semanas. Parece que no, pero la incertidumbre de qué va a pasar con el gobierno tiene a mucha gente parada, esperando qué va a pasar. Una vergüenza, ni siquiera son capaces de llegar a acuerdos para sacar esto adelante. O para dejar que lo saquemos nosotros.

La reflexión de mi peluquera coincide plenamente con una encuesta que hemos conocido estos días: el enfado de la ciudadanía es monumental. El 94% califica ya la situación política de muy mala. Es más, parece que los españoles estamos dispuestos a seguir votando lo mismo en caso de que haya nuevas elecciones para obligar a los partidos a pactar en cualquier caso. Aunque otros sondeos recogen un repunte del voto conservador ante la incertidumbre política y económica PP y Ciudadanos podrían formar gobierno. Paralelamente, el Banco de España advierte del riesgo político para la economía. Y es que parece que las cifras se desaceleran y que los riesgos han empeorado significativamente en los últimos meses. Este organismo no termina de ver claras las previsiones del gobierno de crecimiento de un 3% para este año y el que viene. Incrédulos.

Mientras tanto, en Bruselas andan algo cabreados por el incumpliento del objetivo de déficit el año pasado. Al parecer en un 2015 doblemente electoral nuestros políticos se dedicaron a gastar el dinero de usted bastante más de lo que debieron. Todo por revalidar el derecho a seguir sentados en el sillón. O porque si de todas formas van a gobernar otros serán ellos los que acarreen con las consecuencias. Sea como sea, se avecina otro ajuste de cinturón. También el de usted. Porque la burbuja de duplicidades, cargos de confianza e instituciones innecesarias sigue intacta. Lejos de resentirse, parece que es lo único que funciona viento en popa a toda vela. Que, total, el gobierno central le puede echar la culpa del gasto a las comunidades autónomas y éstas devolvérsela con la excusa de que el mayor margen de gasto se lo quedó Mariano Rajoy mientras que son las autonomías las que prestan los principales servicios. En esta partida de ping-pong los únicos que pierden son los contribuyentes.

Además, los ayuntamientos sobre todo los pequeños, con menos funcionarios prevén otro mes de paralización casi completa si hay nueva cita con las urnas. Así las cosas, después de meses de fotos, paseillos, encuentros a dos, mensajes de WhatsApp y demás escenificaciones resulta que las peluquerías están vacías. Como las tiendas del barrio. Pero la cuestión es que, en caso de que haya una nueva campaña, nuestros políticos siempre podrán seguir culpándose los unos a los otros de la imposibilidad de llegar a un acuerdo. Como con el déficit o la deuda, con el débil argumento de las herencias recibidas como si ellos nunca hubieran pasado por allí para contribuir al enorme agujero de nuestras cuentas públicas. Infantilismo y victimización: he ahí las dos grandes enfermedades del individuo moderno escenificadas en nuestro teatro político. Comportarse como niños pequeños antes de asumir cualquier responsabilidad en el fracaso de gestión o en las negociaciones. Y hacerse la víctima para que a nadie se le ocurra pedir cuentas sobre los compromisos adquiridos con los electores. Pase lo que pase, Céline dio con la máxima universal: "Todos los demás son culpables, salvo yo".

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