Diario de Mallorca

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Daniel Capó

Las cuentas de la vida

Daniel Capó

Déficit final

En los últimos meses, va apagándose lentamente la figura de Mariano Rajoy, incluso entre sus votantes. El dato final del déficit ha sido definitivo. Rajoy construyó un relato de eficiencia gris, que le habría permitido salvar el match-point del rescate económico. Cuando llegó al poder, hace ahora ya unos cuatro años, la situación en España era de rescate técnico. La famosa herencia de Zapatero suponía un legado endemoniado en el que se aunaban al paro masivo y las cuentas rotas, el desprestigio entre sus socios comunitarios y la desconfianza del mercado financiero. La primera decisión de Rajoy fue acercarse a Merkel para conseguir su protección. Sabía que la principal baza de España era su tamaño lo suficientemente grande como para impactar sobre nuestros principales vecinos latinos, Francia e Italia. Lo consiguió, aunque a duras penas y con un rescate del sistema bancario por medio. Fue un acierto y una suerte, las dos cosas. A día de hoy podemos presumir de contar con una banca más saneada que los alemanes, franceses o italianos y con una economía en relativa recuperación. El tono de España, a pesar de la indudable crisis política que vivimos y de un problema territorial más enquistado que nunca, es mejor que el que Rajoy se encontró en 2012: se crea empleo, se abren negocios, vuelve la inversión inmobiliaria, crece la exportación y el turismo bate récords. Sin duda, nos han favorecido dos shocks externos: la política expansiva y generosa con los tipos de interés del Banco Central Europeo, gracias a Mario Draghi, y la brutal caída del precio del petróleo y de las restantes materias primas, con lo que ha supuesto de transferencia de renta para los ciudadanos europeos en general y españoles en particular. Sin esta doble palanca, la recuperación de nuestro país habría sido mucho más endeble. A pesar de todo, Rajoy también ha contado con su baraka particular.

Pero no ha sabido aprovecharla ni política ni económicamente. Los últimos datos del déficit indican algo mucho más grave que un punto positivo o negativo de desequilibrio presupuestario: apuntan a la mentira utilizada como arma electoral, con las consecuencias que esto acarrea en nuestra relación con los socios de la Unión. Los ajustes del gobierno popular se concentraron sobre todo en los dos primeros años de legislatura, cuando el placaje alemán fue riguroso. Incluso entonces fueron unas medidas más coyunturales que propiamente estructurales. El recorte de la Administración fue relativo y tuvo más de contención que de poda. Y, por descontado, apenas se tocaron las principales capas de grasa, fiando el equilibrio presupuestario a la recuperación económica. El problema es que, cuando España empezó a crecer de nuevo, también volvió la relajación en las cuentas públicas. 2015, triple año electoral, trajo además la consabida expansión del gasto electoralista, en forma de obras públicas, bajadas de impuestos y leves compensaciones salariales a los funcionarios. Alimentar la máquina no le sirvió a Rajoy para ganar las elecciones con un margen suficiente, pero sí para cebar la tradicional desconfianza de la Comisión hacia nuestro país. La nueva ola de ajustes está por llegar.

Lo cual seguramente supondrá subir de nuevo el IVA y reducir las desgravaciones fiscales, entre otras figuras impositivas; apretar aún más a las autonomías, congelar las nóminas de los funcionarios y, seguramente, enfrentarse otra vez al enorme agujero de las pensiones y la Seguridad Social. Esta semana, leíamos la impactante noticia de que, en Dinamarca, el salario medio duplicó al español en 2015. Se trata de un dato interesante, porque revela muchos de los problemas de nuestra economía. Los salarios bajos indican una productividad escasa y una estructura empresarial que favorece los artículos de bajo valor añadido. Los salarios bajos alientan un consumo endeble y frágil, y un ahorro insuficiente. Los salarios bajos, en definitiva, dificultan la recuperación de las cuentas públicas y, muy en concreto, de la Seguridad Social.

Los problemas españoles se acumulan, sin que logremos salir ni del marco del oportunismo político ni del riesgo de los populismos. Al final se ha perdido una legislatura más, mientras la cíclica desmoralización del país prosigue su andadura. El patético espectáculo de estos meses no anima al optimismo. La pelota sigue rodando sobre el tejado y la esperanza cada vez más se sitúa en el futuro, quién sabe si ya en la próxima década.

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