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Respuestas al terrorismo yihadista

Lo sucedido el 22 de marzo en el metro y aeropuerto de Bruselas, con resultado hasta aquí de 35 muertos y más de 300 heridos, prolonga la cadena de asesinatos indiscriminados. Se ha seguido Lahore pocos días después y, por referirnos a capitales europeas, Madrid en 2004 y Londres al año siguiente, París el pasado noviembre? Desgraciadamente y en cuanto a éstas, cabe esperar que no sean las últimas masacres cometidas por yihadistas en occidente con el propósito que subyace en cualquier acto terrorista: conseguir objetivos políticos sin necesidad de una guerra abierta y merced al impacto psíquico que amplificarán los propios medios de los países afectados y, por extensión, los del mundo entero.

La estrategia para someter al enemigo sin combatir precisa de la colusión, por parte del Estado Islámico (EI), entre avidez de poder y fanatismo sin límites, cuestiones ambas que, en su caso, van de la mano: implantación de nuevas fronteras con ayuda de descerebrados que no tienen empacho en volar por los aires si de ello se sigue la muerte de descreídos, y cuantos más mejor, para ganar el paraíso. Todo ello exige por nuestra parte de respuestas complejas que incluso pueden en ocasiones contradecir los principios éticos que, siquiera en teoría, han venido informando la convivencia. Nos amenaza, como consecuencia del ciego fundamentalismo de los asesinos, la tentación de derivar, por autoprotección, hacia medidas y concepciones de corte radical lo cual, a más de desvirtuar lo que queremos sean nuestras señas de identidad, supondría brindar razones adicionales a su infame obcecación. En esa línea pueden situarse algunas de las propuestas xenófobas de la derecha europea o, en EE UU, del Partido Republicano. Ted Cruz, candidato de esa formación, ha sugerido crear patrullas para vigilar los barrios musulmanes, mientras que Trump apuesta por impermeabilizar las fronteras e impedir que entre nadie sin la adecuada documentación. Y a los terroristas, la tortura.

Sin embargo, el aislamiento no garantiza el resguardo porque muchos terroristas, ciertos o potenciales, viven y tienen la nacionalidad del país en el que un día podrían colocar los explosivos. Así ha ocurrido con los dos hermanos que actuaron en el aeropuerto de Zaventem; habían nacido en Bruselas donde, por cierto, ya fueron detenidos con anterioridad. Y parecido escepticismo, en cuanto a su efectividad, provocan algunas sugerencias difundidas en días pasados. "Integrar mejor a los inmigrantes" no pasa de la buena intención, al igual que la vaguedad que supone el consejo de "prepararse mejor frente a la amenaza" (Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea). Y es paradójico retorcerse las manos tras reconocer una extendida debilidad institucional en el conjunto del continente mientras, a un tiempo, se saca pecho aconsejando demostrar que no les tenemos miedo.

Lo cierto es que las democracias occidentales se enfrentan a una sinrazón que no puede neutralizarse con argumentos, ni cabe esperar que el aumento de las penas pudiera disuadir a quienes incorporan a la barbarie su propia inmolación como marchamo del éxito. En semejante tesitura, es razonable suponer que el peligro que nos sobrevuela persistirá en un próximo futuro, mientras que tal vez las medidas preventivas sólo puedan ahuyentarlo, siendo optimistas, a medio plazo. "Estamos en guerra" ha afirmado entre otros el francés Manuel Valls, aunque una guerra abierta contra ellos, en lo que consideran sus dominios, sin duda no terminaría con el problema, y las ambiciones frustradas del amplio colectivo salafista incentivarían las acciones terroristas contra el invasor en sus países de origen. De ahí que parezca más operativa la colaboración con los estados árabes enfrentados al EI, para evitar una presencia armada (tropas terrestres) que entenderían, y no sólo los islamistas radicales, como injerencia.

En paralelo habrá que actuar, como se ha propugnado, sobre sus fuentes de financiación. Por lo que a nosotros respecta, mejorar la coordinación de los servicios de inteligencia y reducir, en lo posible, la presencia de ISIS en los medios, incluidas las redes, son todas opciones que deberán aplicarse, aunque su eficacia no garantice, siquiera a largo plazo, el punto y final. En consecuencia, la inquietud se ha convertido en inseparable compañera y no sólo por la fundada presunción de nuevos actos de barbarie, sino también porque, en tal contexto, podrían subordinarse a medidas de autodefensa los valores que queremos consustanciales a nuestra forma de estar en el mundo. Arrinconar la tolerancia, nuestra preconizada solidaridad y la justicia social para primar, por sobre las conquistas de las últimas décadas, la seguridad a ultranza, podría abocarnos, tras dar la espalda al los valores que quisiéramos nos definiesen, a una sociedad tan ajena a la Ilustración como la que ellos pretenden modelar, encerrando bajo siete llaves lo que con tanta clarividencia señalara en su día Marañón: que son los medios los que justifican el fin, y no a la inversa.

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