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Jose Jaume

La corriente empieza a fluir sin obstáculos

Las formas son otras, más suaves, menos crispadas; se mantiene la discrepancia esencial para constituir una mayoría parlamentaria que posibilite la formación de gobierno. Ese podría ser el balance de la entrevista entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias: el desacuerdo continúa en sus mismos términos de vetos cruzados entre Podemos y Ciudadanos y el pacto entre Rivera y Sánchez se mantiene incólume, lo que parece dejar sin margen de negociación a los de Iglesias. Así lo han manifestado los portavoces de la derecha (incluida su nutrida escuadra mediática), en especial el bronco y siempre desabrido Rafael Hernando, insuperable especialista en crearse y crear al PP animadversión. Sigue sin atisbarse la razón por la que Mariano Rajoy lo nombró portavoz del Grupo Popular en el Congreso.

Pero desde el miércoles subterráneamente la corriente fluye más libre, sin obstáculos que la embalsen impidiéndole avanzar hacia la mayoría parlamentaria. El dique de contención, el que ha mantenido durante tres meses el agua estancada, se ha quebrado; la corriente puede discurrir, serpenteando y haciendo meandros, pero avanzar para desembocar en la investidura de Pedro Sánchez. Lo que se palpa es que tanto al PSOE como a Podemos les ha entrado el canguelo necesario para no querer vérselas con una repetición de las elecciones, de las que nunca hay certezas. Sus dirigentes saben que si se vuelven a abrir las urnas sus resultados o serán semejantes a los de diciembre o tal vez los debiliten: Pedro Sánchez no está en condiciones de permitirse otro trompazo, porque es lo que necesita la demagoga populista derechizada que gobierna en Andalucía para obtener lo que hoy no está a su alcance: el control del PSOE; Pablo Iglesias, con su credibilidad cuarteada en demasía, tiene muy cuesta arriba adentrarse en una nueva campaña electoral, debido a que sus socios periféricos, gallegos, valencianos y catalanes, se lo pondrán imposible, y a que su estrella empieza a declinar, al pagar el precio de su insufrible prepotencia y soberbia.

En cuanto a Ciudadanos, la incompatibilidad que exhibe con Podemos, ahora mucho más agresiva que la de los éstos hacia ellos, no irá más allá que la de la necesaria escenificación para que quede claro que es un partido liberal y reformista, un partido de derecha moderna y equilibrada, lo contrario de lo que ha devenido el PP, percibido por la ciudadanía como antiguo y paulatinamente decantado hacia posiciones de derecha dura. La Ley de Seguridad Ciudadana, la Ley Mordaza, acredita a los populares como inquilinos de un espacio que tiene sus votantes, pero que imposibilita ampliarlo al centro, a lo que se ve imprescindible para obtener las ansiadas mayorías.

¿Cómo hará Pedro Sánchez para cruzar los apoyos que requiere su investidura? No será fácil, pero hay que insistir en que a partir del miércoles la corriente empezó a fluir; lo previsible es que las negociaciones nos lleven a un gobierno en el que la presencia de independientes será notable, un ejecutivo que dispondrá del sostén parlamentario de Podemos y con el que Ciudadanos podrá sentirse razonablemente cómodo, porque en los sustancial respetará el pacto establecido con los socialistas, aunque haya incorporado las imprescindibles concesiones a Podemos.

Lo contrario es abrir otro período electoral, todavía la esperanza de Mariano Rajoy, comodísimo en el papel de presidente en funciones, ajeno al juego parlamentario, que temerariamente afirma no concernirle, sin tener que tomar decisiones de calado, esperando que una nueva cita con las urnas confirmen al PP como partido más votado, lo que, colige, obligaría al PSOE a apartar a Sánchez y echarse en brazos de Susana Díaz, con la que suspira entenderse. Mientras tanto, un mes tras otro alojado en La Moncloa. Que su liderazgo político y social sea inexistente, que las estructuras constitucionales crujan paralelamente al deterioro institucional es algo ajeno a sus preocupaciones básicas. Entendámoslo: a Rajoy nunca se le pasó por la cabeza someterse a la sesión de investidura. Su pretensión era la de dejar las cosas en punto muerto. El jefe del Estado le desbarató el plan. Desde entonces las relaciones entre ambos están cercanas al nivel de congelación. Son casi inexistentes.

La pasividad de Rajoy es la que ha permitido a Pedro Sánchez obtener la notoriedad que requería para no ser triturado por los suyos. El PSOE ha dispuesto de la fortuna de ser imprescindible para fletar cualquier mayoría parlamentaria capaz de formar gobierno. Sánchez ha aprovechado con maestría la oportunidad: prestándose a intentar la investidura neutralizó a Díaz, que, al no apuntillar al secretario general inmediatamente después del 20 de diciembre, dejó pasar su momento. En política hay que saber cuál es el adecuado; de no aprovecharlo difícilmente es concedida una segunda oportunidad. Además, Rajoy, al salir de escena declinando el ofrecimiento del Rey de ir a la investidura, hizo que el PP quedase en berlina, la que desde entonces ha hecho que constantemente pierda los papeles, ayudado, todo hay que decirlo, por la incesante cabalgata de casos de corrupción que vamos conociendo. Las querellas familiares de Podemos también han contribuido a afianzar la posición del secretario general del PSOE.

Con todo ello, más de cien días después de las elecciones, Pedro Sánchez observa que el horizonte de su posible investidura se aproxima, que lo que ayer era una entelequia hoy ha pasado a ser una posibilidad con visos de materializarse. Hasta la mútua neutralización que ejercen Iglesias y Rivera está empezando a jugar a su favor. Si en el tramo final en el que nos adentramos no pierde los nervios, si sabe bandearse con la insospechada inteligencia que ha mostrado en los últimos tiempos, habrá que empezar a acostumbrarse a hablar del presidente Sánchez.

Acotación al margen: la mayoría absoluta del PP en el Senado ha sido utilizada para vetar la propuesta de los demás grupos de eliminar los aforamientos (blindaje judicial) de cargos públicos. Se entiende la soledad de los populares. Rita Barberá votó a favor de mantener su aforamiento.

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