Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Norberto Alcover

El vaciamiento de Europa

Lo veníamos anunciando en estas mismas páginas desde hace algunos años, cuando comenzaron las migraciones africanas hacia la geografía europea, y también con ocasión de las diferentes agresiones del islamismo radical cuando la ejecución de las Torres Gemelas. A lo primero, algo reaccionamos, pero siempre desde las dificultades de llegar a pactos entre los países miembros de la UE, en función de sus nacionalismos más ancianos. A lo segundo, miramos hacia los yanquis con espíritu de superioridad porque se lo tenían ganado en su obsesión por ser los policías del mundo sin capacidad para serlo: Afganistán e Irak (antes Vietnam) lo habían demostrado. Nosotros estábamos relativamente al margen de tanta devastación, y solamente al llegar personas de más allá del Mediterráneo, en aquellas terribles pateras y después de forma cada vez más miserable, hasta desembarcar en Lesbos y huir por entre medio de Europa, solamente entonces comenzamos a mirarnos al espejo de la realidad y preguntarnos cómo solucionar el problema.

Pero en éstas ya nos encontrábamos en nuestros días, cuando han comenzado los actos terroristas en París y en Bruselas, alcanzando el corazón de las instituciones europeas, tras errores clamorosos de las Fuerzas de Seguridad de los estados. Los atentados de Madrid y Londres eran pura y dura premonición, como también escribimos y fuimos tachados de exagerados. Dudábamos de Europa, y en estos momentos la duda se ha transformado en certidumbre: nuestra Europa, la cuna de la civilización moderna y nada digamos de su cultura, se está vaciando de sentido porque se ha jugado sus valores al mejor postor, el plato de lentejas turco y en parte griego. Todo con tal de evitar lo ya inevitable: la invasión de unos pueblos huyentes de sus males históricos, en parte provocados por nuestra inoperancia y el tráfico de armas derivado de nuestras fábricas. Ahora ya es un grito que, en Mallorca, solamente apaga el turismo estival, el baal del momento. Como si estuviéramos al margen de tanto dolor y de tantísimo desconcierto. Europa se vacía de ella misma. Y nosotros miramos fascinados las cuentas bancarias. Qué idiotez.

Todo ha coincidido: darle la espalda al terror anterior; juzgar desde el complejo de superioridad a los Estados Unidos; infravalorar al islamismo radical; la división en el concepto práctico de democracia; un continente a la deriva axiológica; la crisis económica que ocultaba otras cuestiones mucho más relevantes; una desmesurada confianza en la economía china, como si los chinos no tuvieran sus propios fantasmas interiores: al comienzo la urgencia y después el odio al capital alemán y en concreto a la señora Merkel: repetidas ingenuidades sobre los recortes nacidos en Bruselas y acabados en la Grecia depauperada: el alcance nuclear del conflicto sirio, madre consumada de casi todos nuestros males actuales; la sociedad del "low cost", signo y símbolo de la depreciación de los valores fundamentales y del relativismo existencial y tantas cosas más. Todo ha coincidido.

¿Qué hemos hecho para merecer esto? Pues lo que acabo de escribir, nada más y nada menos. Que somos un continente venido a menos, hasta el punto de que nuestra banca ronronea, nuestra democracia oscila incluso teóricamente, surgen grupos de extrema derecha pero también de extrema izquierda, y ambos ganan adeptos, mucho más decididos a subirse al trono del poder que los ciudadanos exquisitos que permanecemos en casa, al resguardo de la calefacción y de las pizzas por encargo. Respecto de nuestra isla, qué añadir si en absoluto dedicamos tiempo a reflexionar sobre todas estas cuestiones y permanecemos entregados al poder del olvido porque, como escribíamos antes, las cuentas bancarias van al alza. ¿Que seguimos necesitando lugares para acoger a los pobres en aumento, porque la clase media clásica se viene abajo? Bueno, sí, pero sin exagerar: siempre ha habido gente diluida entre tantísimo bienestar, perros perdidos sin collar€

Pues bien, ahora mismo qué somos capaces de hacer, pregunta uno. Podríamos mirar a otro lado de nuevo. Podríamos poner puertas al mar, como tantas otras veces. Podríamos capitalizar a los países de origen de tanta brutalidad (en opinión nuestra), como si en tales países no hubiera problemas estructurales que exigirían soluciones de naturaleza política entre sus mismos responsables venales y antioccidentales. Podríamos abrir nuestras puertas por la sencilla razón de que todos tenemos derecho a una tierra donde trabajar y salvar nuestras vidas. Podríamos montar reuniones y comisiones en cadena, aupados por los asesinados en atentados desgarradores. Podríamos tranquilizarnos al cabo de quince días en ausencia de nuevos crímenes y sustituirlos por alguna noticia de menudeo político nacional, que pactos sí, que pactos no, mientras algunos de nuestros grupos políticos se muestran reticentes a organizarse entre sí por razones espúreas. Podríamos argüir desde las salvedades que nos gusten más. Pero la realidad es que el vaciamiento aumenta, que perdemos sentido y sensibilidad objetivos, y que nuestra dormida Europa se encuentra tensionada hasta poder romperse entre el sueño de la libertad sin mácula y la urgencia de la seguridad sin tiempo que perder. Mallorca, mientras tanto, sumida en las discusiones casi metafísicas sobre el destino de la Feixina, en lugar de tocar los tambores de la reflexión internacional y la toma de conciencia ciudadana. Estamos al margen. La política, isleña. Dios nos libre de hacerla extensiva a otras reflexiones que para nada nos interesan. El turismo. La bolsa. El dinero, sin más. Cuando nuestra situación en el Mediterráneo es absolutamente estratégica.

No vale que me opongan la canción de la demagogia, de tanta exageración, de no mirar la bondad de muchas personas. No vale. Porque el vaciamiento aumenta geométricamente y nosotros no tomamos en serio el problema. Los europeos solamente reaccionamos cuando el drama nos golpea. Los españoles, permanecemos extasiados ante el futuro partidista. Y los mallorquines, repito, ya hemos optado entre la bolsa y la vida. Pero el vaciamiento repetimos que aumenta. Y no sabemos qué hacer. Porque no lo sabemos. ¿Tendremos agallas? Tengo mis dudas.

Compartir el artículo

stats