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Procesos participativos

En Madrid, el Ayuntamiento capitalino ha efectuado una encuesta ciudadana para decidir cómo ha de hacerse la remodelación de la plaza de España; apenas han participado el 1,6% de los habitantes de la ciudad, y los resultados han sido ambiguos. Y en Barcelona, otra iniciativa semejante, titulada "Decidim.Barcelona", ha tenido más éxito -ha superado ya las 110.000 visitas- en su tarea de divulgar propuestas del ayuntamiento, recoger iniciativas de los vecinos y entidades de diverso signo, y someter unas y otras a la opinión colectiva.

De momento, no parece que semejantes propuestas sean un éxito indescriptible. Primero, porque son de muy difícil implementación (en general, las buenas ideas no arrancan si no son promovidas por un visionario que las lanza por primera vez); y, segundo, porque la voluntad general se fractura en exceso, por lo que es difícil discernir hacia dónde avanza verdaderamente.

Ningún demócrata convencido puede objetar la participación ciudadana en la toma de decisiones, pero la propia democracia es en sí misma un proceso participativo, que designa a expertos que supuestamente han recabado previamente el apoyo popular. También los medios de comunicación influyen, participan, contribuyen a vertebrar la opinión pública, que es la que hay que seguir. En definitiva, para responder a la voluntad popular quizá no haga falta más que poner el oído atento, sin tantas operaciones de escucha.

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