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Cambiar o no cambiar: esta es la cuestión

Se podrá estar o no de acuerdo con su política, con sus dirigentes o con sus métodos, pero la aparición de un partido como Podemos ha tenido una consecuencia afortunada: la recuperación del significado de la honradez en otros partidos, quizás no todos, y también el cambio de forma de pensar de algunos políticos. Pocas veces habrá tenido tanto sentido hablar de "una bocanada de aire fresco" en la política.

Naturalmente, este cambio también representa una alarma enorme que sacude las raíces, no sólo de aquellos que podríamos nombrar como de "partidos a la vieja usanza", sino de los poderes fácticos muy reales que los sustentan. Repitiendo, se pueden discutir sus propuestas, el estilo de sus dirigentes y quizás su métodos, pero también hay una cosa evidente: si Podemos desaparece, o si su poder se vuelve irrelevante, el viejo estilo volverá a campar por sus fueros y el impulso a favor de la transparencia y el juego limpio se perderá. Las palabras huecas volverán a ser la norma en el congreso y en los medios. La desconexión entre los ciudadanos y sus dirigentes volverá a crecer.

Por supuesto que, aparte de los muchos y muy poderosos intereses que agitan las aguas intentando hundir al nuevo partido, también están los errores, muchas veces ingenuos pecados ideológicos de su programa y quizás algunos verdaderos pecados de sus dirigentes. Pero, entre los que en estos momentos se airean, algunos son tanto o más virtudes que pecados.

Entrando en detalle, podemos hablar de las tensiones aparecidas entre los dirigentes de Podemos, tensiones que con tanto calor se discuten en la prensa y en las tertulias. Pero debe reconocerse estas tensiones no son más que indicadores de la libertad que caracteriza a todos los miembros del partido violeta. Hace ya muchos años que se popularizó el lamentable "quien se mueva, no saldrá en la foto". Esta frase es una realidad absoluta en los partidos que, por ahora, pueden considerarse viejos: importa mucho más obedecer ciegamente a las directrices del partido, que a las verdaderas necesidades de los ciudadanos. Todos los miembros de los viejos partidos están sometidos a un conjunto férreo de reglas impuestas por "el aparato" o por "los barones". Naturalmente, como la cómoda forma de vida de todos los que forman "el aparato" depende del mantenimiento de ese mismo aparato, todos se callan como muertos y resisten, resisten y resisten en su plácido acomodo. Las tentaciones de levantar la voz no existen. Hasta ahora, los partidos han sido máquinas perfectas diseñadas para perpetuar sus élites y mantener callada la disidencia.

Por el contrario, uno de los nuevos políticos no tiene nada que ganar manteniendo fidelidad absoluta a un aparato que prácticamente no existe y a unos beneficos que, por la propia norma interna de Podemos, están muy lejos de aquellos que entraron en política "para forrarse" y hoy tiemblan ante la posibilidad de perder su confortable forma de vida. Realmente, es cierto que estos "novatos" sólo son unos aficionados, y en su mayoría se han metido voluntariamente en el lío, sólo por el gusto de intentar arreglar algo. Pueden estar equivocados, pueden fallar como cualquier otro. Pero es muy simple: están dentro mientras creen en sí mismos, y permanecen mientras se sienten con fuerzas para acometer un ideal que creen necesario. Y, naturalmente, cuando dejan de sentirse a gusto, se marchan. No es ni más ni menos la enorme, tan añorada y tan desconocida virtud de la dimisión.

Por esto llama la atención que algunos comentaristas hablen de los métodos estalinistas de algunos dirigentes de Podemos cuando intentan mantener la consistencia del grupo. Llama mucho la atención, porque quienes verdaderamente utilizan los métodos estalinistas son los dirigentes de los viejos partidos, en los cuales, una sola persona, el líder, quizás ayudado de sus camaradas más próximos, impide la menor disidencia. Este es el verdadero estalinismo, la coerción que ahoga todas las voces dispares. Una poderosa coerción. Además de perder el lugar en la lista, quien se mueve pierde una forma de vida y unos sueldos estupendos que las más veces - sino todas- son misteriosos. Y no digamos nada del riesgo a perder los muchos privilegios adicionales disfrutados por lo que se ha llamado "la casta".

Este escribidor reconoce que sus líneas tienen mucho de elogio a favor del partido morado. Pero las ideas descritas hasta aquí representan una advertencia mucho más que una alabanza. Repitiendo, es evidente que no todo el mundo puede estar a favor de alguna de sus ideas, o del estilo de alguno de sus dirigentes. Pero lo que es seguro es que, si Podemos se vuelve irrelevante, podemos decir adiós a toda esperanza de cambio y de mejora. La inercia, las interesadas leyes formuladas por los partidos de siempre, el caciquismo que, más o menos oculto, siempre estuvo presente y, por supuesto, los poderes financieros, volverán por sus fueros.

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