El preámbulo de la carta de derechos fundamentales de la UE establece que la Unión está fundada sobre los valores indivisibles y universales de la dignidad humana, la libertad, la igualdad y la solidaridad; con el fin de preservarlos y reforzarlos, constan codificados y elevados al rango de derechos fundamentales (la dignidad humana es inviolable y debe ser respetada y protegida, artículo 1; derecho de asilo conforme a la convención de Ginebra 1951 sobre el estatuto de refugiados, artículo 18; prohibición de expulsiones colectivas "nadie podrá ser devuelto, expulsado o extraditado a un Estado en el que corra riesgo grave a ser sometido a la pena de muerte, tortura o tratos inhumanos o degradantes", artículo 19) por lo que su plena garantía constituye una obligación internacional imperativa para la UE y para todos sus Estados miembros sin excepción (cuyo alcance, a la luz del convenio europeo de Derechos Humanos, se extiende además hasta la jurisdicción de la Tribunal Europeo de Derechos Humanos, TEDH, artículo 52) cuyos incumplimientos originarían la responsabilidad internacional para cualquiera de ellos que los infringiera.

Pues bien, el reciente acuerdo UE-Turquía del 18-03-2016 (que edulcora el preacuerdo previo), en mi opinión, degrada a la UE (y a sus respectivos gobiernos nacionales) hasta extremos infinitos, traiciona sus principios constitucionales, abandona cualquier atisbo de auctoritas o referencia moral europea frente al conjunto de la comunidad internacional y además podría constituir un fraude legal confrontando jurídicamente los términos de dicho acuerdo con los tratados UE vigentes.

¿A quien se pretende engañar? La diaria tragedia humanitaria que conmueve a todos los ciudadanos europeos sensibles con el drama (la publicación de la imagen del menor ahogado en las playas de Bodrum conmocionó al mundo entero) no permite trasformar y transfigurar en vulgares expedientes administrativos de expulsión a Turquía para los miles de refugiados que huyen del conflicto y dejan por el camino sus vidas y haciendas (convenio de Ginebra 1951 sobre el estatuto de refugiados). No se puede calificar más que de indecente el trueque establecido entre Ankara y Bruselas subarrendando obligaciones legales propias en el cruce fronterizo meridional de la Unión a cambio de la extensión de un talonario de cheques, exenciones de visado o vanas promesas de nueva negociación de protocolo de adhesión UE (desde 1999) que finalmente nunca se producirá mientras subsista el actual credo ideológico occidental dominante que claramente lo impide.

¿O es que los presentes gobernantes tampoco conocen ni siquiera mínimamente el contenido de la Historia contemporánea y los antecedentes de las épocas precedentes? Pues parece que no.

Indudablemente el conflicto sirio, en su inmediato origen, proviene de las guerras decididas por el presidente Bush (y las corporaciones armamentísticas y petroleras actuando al alimón) sobre el territorio de Irak y Afganistán a propósito del 11S neoyorquino y como pieza regional (Medio Oriente) del puzzle existente en el tablero geopolítico universal.

Un contexto y una situación que viene de antiguo y que fue iniciada en la remota fecha de 1916 a través del pacto secreto Sykes-Picot en virtud del cual (tras traicionar el acuerdo celebrado antes entre T.E. Lawrence y el rey Faisal, véase la obra Lawrence y los árabes de Robert Graves) las potencias dominantes entonces (Francia y Gran Bretaña) con el fin de desmembrar territorios pertenecientes al Imperio Otomano articularon un mapa de esferas de influencias y de control geopolítico-energético para dar paso a la creación de sus respectivos mandatos (británico en Palestina e Irak y francés en Líbano y Siria) hace ahora justamente cien años.

Resulta tremendamente sarcástico que sea precisamente Turquía (uno de los Estados más condenados por el TEDH por su violación reiterada de los derechos humanos), sucesor del difunto Imperio Otomano, quién tenga que solventar la triste papeleta de la UE que se muestra totalmente incapaz políticamente de vertebrar soluciones más acordes con la esencia de los principios que en su día la impulsaron, seguramente porque hoy priman más los intereses particulares de los Estados miembros y partidistas en su seno (coste electoral).

Los naufragios en el implacable sol del Mediterráneo también ocasionan cadáveres políticos, el lento declinar de las políticas comunes y peor aún la agonía de la dignidad del hombre.

(*) Albert Camus, Combat, 4/11/1944

* Jurista y politólogo especialista en relaciones internacionales