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Joaquín Rábago

Lejos de los focos

Lejos la mayor parte del tiempo de los focos, hay otra guerra que continúa en el norte de África y en la que se juega el destino incluida su eventual división del país que fue feudo del coronel Gadafi. Italia, la antigua potencia colonial, quisiera tener algo más que decir en esa guerra, en la que hasta el momento y por parte de Occidente intervienen desde el aire o con fuerzas especiales estadounidenses, franceses y británicos.

Según medios italianos, EE UU presiona para que el gobierno de Matteo Renzi asuma un papel directo en el conflicto, enviando incluso tropas terrestres, pero el primer ministro vacila, consciente del avispero en que se ha convertido ese país tras el derrocamiento de su errático dictador. La situación está allí fuera de control, con dos gobiernos enfrentados: el de Tobruk, en la Cirenaica, el único al que reconoce la llamada "comunidad internacional" y que se apoya en parte en las milicias del general Jalifa Haftar, que cuentan a su vez con el apoyo de Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos.

Frente a él está otro pseudo-gobierno, el de Trípoli, sede del Congreso nacional, de ideología islamista y cuyo espinazo lo constituyen las milicias de la ciudad de Misurata, que, como suele ocurrir, defienden sólo sus propios intereses. Finalmente está el Daesh (Estado Islámico), que se ha establecido en la región de Sirte, en la frontera entre la Cirenaica y la Tripolitania, donde se ha hecho fuerte lo que queda del viejo clan Gadafi, que, al igual que ocurrió en Irak con los partidarios de Sadam Husein, buscan acomodo en el nuevo yihadismo.

El Estado Islámico es, como señala cínicamente el semanario L'Espresso, el "monstruo providencial que sirve para justificar con la lucha contra el terrorismo objetivos muy distintos de los que proclaman quienes lo combaten". Por lo que respecta a italianos, franceses y británicos, lo que se busca sobre todo es proteger yacimientos e infraestructuras petroleras que se están oxidando o que acaban dañadas por las milicias locales, que a su vez sólo pretenden en este momento impedir su explotación y comercialización, indispensable para el funcionamiento de lo que queda del viejo Estado.

En recientes declaraciones al diario Corriere della Sera, el embajador de EE UU abogaba por el envío a Libia por Italia de 5.000 efectivos militares si se lo solicita el gobierno de unidad nacional, pero en Italia se considera con bastante razón que una misión con soldados sobre el terreno sería visto como una invasión "neocolonial". Al mismo tiempo, el Gobierno de Renzi quiere evitar sobre todo algo que parece asomar en el horizonte: la división de Libia en dos Estados, algo que, temen en Roma, favorecería sobre todo a Francia, que está presente en Cirenaica, región que alberga las mayores reservas energéticas.

Una Libia partida por la mitad dejaría fuera al italiano ENI (Ente Nazionale Idrocarburi), que continúa pese a todo operando en territorio libio con plataformas marinas frente a las costas del país y un cuartel general que se ha trasladado a Malta. Como señala L'Espresso, la invasión militar a cargo de una coalición internacional, además de peligrosa per se, "sería una operación de Italia contra sí misma". Como en el caso de Irak, se habla también aquí de derechos humanos y de democracia, pero lo que parece importar por encima de todo es una vez más el petróleo.

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