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Dejad que los niños se acerquen a mí

La película Spotlight, dirigida por Tom McCarthy y ganadora de dos Oscar, relata la investigación que llevó a cabo el equipo del diario Boston Globe y que en su día mereció el Premio Pulitzer. Un sacerdote de esa ciudad abusó de 80 niños durante treinta años mientras la Iglesia, y en su nombre el cardenal Law, hacían lo imposible por ocultarlo. En el curso de sus pesquisas, llegan a averiguar que los curas pederastas fueron 13, y terminan por concluir que un 6% de los prelados podrían tildarse de tales.

Fui a verla suponiendo que me impresionaría hasta la repugnancia y conocería de las maquinaciones gremiales para ocultar delitos y pruebas. Sin embargo y a estas alturas, basta ser habitual lector de periódicos para salir de la sala con la impresión de haber visto llover sobre mojado y es que, ni con mucho, el film resume esa ciénaga cuajada de sotanas que contamina el mundo entero. La pederastia eclesial supone una pandemia sin tratamiento efectivo ni vacuna que ejerza efecto disuasorio alguno. Entre 2004 y 2013 llegaron al Vaticano 1.800 denuncias por abusos sexuales y quién sabe por qué número deberíamos multiplicar los silencios y encubrimientos, dado que se investigó a 3.420 curas bajo sospecha. En Irlanda fueron 35.000 las demandas entre los años 50 y 80; se han ocultado miles de casos durante décadas en Australia, se citan abusos en todas las diócesis de Alemania y, por referirnos a Mallorca y conocer de cerca la inmundicia por entre los resquicios del tupido velo, desde el antiguo prior de Lluc, Antoni Vallespir, al expárroco de Selva Antoni Cano o Pere Barceló (can Picafort).

Cuando acusados, pelotas fuera y, si confesos, perdonen ustedes el desliz. En la línea del rey con su elefante, aunque se eche de menos aquel "no volverá a ocurrir" que los hechos se encargan año tras año de desmentir. Y de tener que indemnizar, eso está hecho por mor de propiedades sin impuestos, exención del IBI y concordato, aunque siempre resulte más rentable el disimulo. En Spotlight, el cardenal amenaza veladamente a quienes escarban, mientras que los pederastas son dados de baja por enfermedad o trasladados a otra parroquia, convirtiendo la perversión en característica institucional y no privativa de Boston ya que, como se sabe, alcanza al propio Vaticano y allí se suma a la corruptela económica, dobles raseros y mentiras de patas cortas.

Por traer a colación ejemplos que hacen de Spotlight mera punta del iceberg, convendrá recordar que incluso ha habido Papas que intentaron ocultar la abyección de algunos clérigos y, desde esa perspectiva, el cardenal de Boston simple plagiario. Ratzinger evitó la destitución de un pederasta en California (1978) y Juan Pablo II le echó un capote a Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo y que abusó incluso de los dos hijos que tuvo, hasta que después de su muerte se hicieran públicas y notorias sus múltiples violaciones, lo que no fue óbice para seguir en lo posible con el secretismo pese a las decenas de miles de abusos sacerdotales denunciados por el comité de los derechos del niño (ONU, 2014), y se haya continuado con las bajas temporales a que alude la película, los cambios de destino nuevo pastoreo infantil a la caza de otras víctimas y, a modo de estrategia universal, el camuflaje frente a las evidencias.

Por lo que respecta a la prevención de nuevos casos las vacunas que mencionaba, cabrá recordar la paradoja de una instrucción que, en 1962, obligaba al silencio de los compiyoguis, los sacerdotes en su conjunto, so pena de excomunión. En paralelo y para refrendar la hipocresía del colectivo sotanado, la Conferencia Episcopal ha venido apoyando en este país las manifestaciones contra los matrimonios homosexuales opción entre adultos, libremente elegida, a diferencia de unas violaciones infantiles que pueden exculpar al extremo de que un ex obispo australiano declaró hace poco desconocer que se tratara de hechos condenables.

Spotlight, repito, es sólo una pincelada de verdad que no descubrirá nada al común de los espectadores y abunda en esa escalofriante realidad a la que urge poner definitivo coto. En esa línea, el periodista Évole entrevistó recientemente a un psiquiatra afincado en Londres, Miguel Ángel Hurtado, que fue en su infancia sujeto de abusos por parte de un cura y ha comenzado la recogida de firmas, utilizando la plataforma digital change.org, para que tales delitos no prescriban (en España, me entero que esto ocurre transcurridos qiunce años a partir de la mayoría de edad de la víctima). La coincidencia en el tiempo de la proyección de Spotlight con la mencionada iniciativa, ha motivado estas reflexiones. Ni prescripción firmen ustedes en cuanto tengan un momento ni, cuando pillados, redención en la otra vida, como predican, y tampoco en ésta. A ver si conseguimos evitar de una vez que del título de la columna se siga lo que tantos miles de delincuentes se empeñarán después en negar. Con el tiempo a su favor.

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