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Antonio Papell

El pasado no volverá

El discurso de Mariano Rajoy tras las elecciones del 20-D es monocorde y está profundamente desencaminado. El todavía presidente en funciones nos explica y trata de convencernos de ello con un tesón admirable que ha entendido el mensaje de los ciudadanos por lo que no debemos preocuparnos en absoluto. El mensaje contendría, según él, un mandato directo al Partido Popular para que tenga en cuenta que, aunque ha de seguir gobernando, que para eso ha ganado las elecciones, ha de mostrarse a partir de ahora algo más flexible que antaño. En consecuencia, él, tan servicial como siempre, está plenamente a disposición de todos para continuar en el cargo, contando como es natural con el apoyo entregado de Ciudadanos y del PSOE, para continuar aplicando sus eficaces políticas de ajuste, y en prueba de buena voluntad y de que ha escuchado el mensaje de las urnas, estaría incluso dispuesto a revisar alguna de sus propuestas electorales y a incluir en su gobierno a algún representante de los partidos amigos.

No es una caricatura: si se examinan las declaraciones de Rajoy, se verá que hay concordancia entre lo que dice y lo que piensa, que es lo que acaba de escribirse. Y en el fondo de todo, existe una convicción errónea en la cúpula de la formación conservadora (y también, probablemente, en un sector del PSOE): los extraños resultados del 20-D son en realidad el fruto pasajero de una rabieta de la ciudadanía, que ha encajado mal la crisis y los recortes, pero en cuanto cunda de nuevo el sentido común, las aguas volverán a su cauce, los partidos exóticos que acaban de aparecer se volverán por donde han venido, y el PP y el PSOE formarán de nuevo el funcional bipartidismo que ha permitido una cómoda alternancia que, dígase lo que se diga, responde al sagrado orden natural de las cosas.

Pues se equivocan quienes así piensan. Esto no va a suceder en modo alguno. El pluralismo innovador, cuatripartito, surgido del 20-D no es un fenómeno ocasional y efímero sino que ha venido para quedarse. Es más: los viejos partidos, que todavía conservan la hegemonía cuantitativa en sus respectivos espacios, podrían perder esta primacía si no fueran capaces de entender lo ocurrido, de promover los grandes cambios internos y de mentalidad que la opinión pública reclama, y de abandonar inercias que ya no son admisibles. El futuro no está escrito y nadie sabe a ciencia cierta cuál será el desenlace estabilizado del actual proceso, pero lo que sí es seguro es que no se producirá involución alguna en el avance hacia la sinceridad democrática, la imaginación creativa de la política ante los problemas nunca resueltos, la transparencia, la exigencia de democracia interna de las organizaciones, la erradicación completa de la corrupción y de las conductas impropias.

Lo relevante ya no es, por tanto, que el PP no pueda conseguir ahora el objetivo que se ha trazado con conmovedora ingenuidad sino que nunca más en este país va a producirse otra legislatura en que un solo partido habilitado por una mayoría absoluta haga y deshaga de espaldas al pálpito social, a la evolución de la opinión pública. Y ni siquiera, por el momento, cabe esperar que puedan gobernar juntos dos partidos contiguos sin tener en cuenta al resto de los participantes en la ceremonia representativa. Porque este 20-D los electores no han reclamado sólo un cambio de rumbo ideológico sino también una mudanza general de los criterios y de los procedimientos. Conceptos como democracia, participación, acuerdo, consenso? han adquirido un nuevo y más intenso significado, que, si nada se tuerce, devolverá la ilusión a los ciudadanos desencantados y recuperará para la política el lugar eminente que nunca debió haber perdido.

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