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Joaquín Rábago

Un cineasta comprometido y la crueldad del sistema

Asus ochenta años de vida y 54 de carrera cinematográfica, el británico Ken Loach, realizador socialmente comprometido donde los haya, no cree haber dicho ya todo lo que tenía que decir. De ahí que, desmintiéndose a sí mismo cuando en 2014 anunció en Cannes que Jimmy's Hall sería su última película, haya vuelto para suerte de todos sus admiradores a ponerse una vez más detrás de una cámara para denunciar la crueldad del sistema.

Lo ha hecho en compañía de su habitual colaborador Paul Laverty (El viento que agita la cebada) para contar una historia que dice mucho del tipo de sociedad hacia el que nos encaminamos si es que no estamos ya inmersos en ella. Yo, Daniel Blake tiene como protagonista a un viudo de cincuenta y tantos años, carpintero de profesión, que trata de recuperarse de un ataque cardíaco que estuvo a punto de costarle la vida.

Blake, a quien interpreta el actor Dave Johns, decide recurrir a la ayuda estatal para subsistir, pero se encuentra con que, son tiempos de austeridad, incluso para alguien en su grave situación, la cosa no es ya tan sencilla. Como otros enfermos, Blake debe responder a un burocrático cuestionario que establece un sistema de puntuación destinado a valorar la capacidad física del solicitante.

La persona que le examina le hace las preguntas más absurdas: ¿puede caminar cincuenta metros sin necesidad de un automóvil? ¿Puede levantar los brazos como para hurgar en los bolsillos? ¿Logra hacerse entender por un desconocido cuando le habla? Y él tiene que insistir en que no tiene ningún problema con sus extremidades ni con la cabeza, que su mal está en el corazón, como indica claramente el atestado de su médico.

De nada le sirve. Por la puntuación obtenida se le considera apto para una actividad laboral, por lo que se le obliga a seguir un curso en el que debe aprender a redactar un currículo y se le enseña cómo presentarse del modo más favorable a una entrevista de trabajo. Durante una de sus visitas a la oficina de empleo de Newcastle, donde vive, Blake conoce a Rachel (encarnada por la actriz dramática Hayle Squires), una joven parada y madre de dos hijos, oriunda de Londres y que se convertirá en su compañera de miserias.

Loach, que recorrió junto al guionista varias oficinas de empleo de esa ciudad industrial del noreste de Inglaterra para documentarse, considera que se ha puesto en pie "un sistema deliberadamente ineficaz". "Se trata de obligar a la gente a buscar un trabajo que no podrán aceptar en ningún caso de forma que terminen abandonando el sistema de asistencia social", según declaró el cineasta a la periodista Agnès C. Poirier, a quien debemos esos datos.

El caso que cuenta Loach no tiene nada de singular. Así, el diario The Guardian reveló hace unos meses que, según fuentes oficiales, desde que el Gobierno británico introdujo ese sistema de puntuación, el número de fallecimientos entre las personas a las que, en contra del diagnóstico médico, se las considera "aptas para el trabajo", llega casi a noventa al mes. "Entre diciembre de 2011 y febrero de 2014 murieron (en Gran Bretaña) un total de 2.380 personas, y ello ocurrió, informaba The Guardian, pocas semanas después de que se las declarase en condiciones de trabajar y se les denegase por tanto la indemnización por enfermedad". Como escribía el diario británico a modo de conclusión: morir "se ha convertido en un daño colateral del sistema de subsidios sociales del Reino Unido".

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