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Cambio de fondo

Cuenta un periódico catalán que hace unos días un alto mando militar quiso despedirse de la alcaldesa de Madrid ante un cambio de destino con un almuerzo, y lo logró: fue invitado a comer en la propia sede del Ayuntamiento y se le agasajó con crema de calabaza y pollo en salsa que Manuela Carmena había cocinado en su propia casa. La primera mandataria de la capital de España ha renunciado a los 30.000 euros de gastos de representación que tiene asignados, y cada día se trae de su domicilio el almuerzo, como hacen sus colaboradores más cercanos. Si el ágape es el desayuno, la alcaldesa aporta magdalenas caseras. Yo no apruebo estas extremosidades, y lo digo con tanta claridad como respeto hacia la dignísima conducta de la munícipe en cuestión. La austeridad es sin duda una virtud que debe conjugarse con otras, también la discreción y el sentido práctico. Entre este rigor monacal y los dispendios que fueron habituales en épocas no tan lejanas hay una gama de grises, y probablemente le cundiría más el cargo a Carmena si almorzase un humilde menú de restaurante que teniendo que ocuparse personalmente de su propia intendencia. Pero, dicho esto, en un país en que la corrupción ha sido la pauta y en que los restaurantes de lujo de la capital del reino vivieron de los almuerzos de los altos cargos, la actitud de Carmena es de descubrirse: nos ha dado a todos una lección que no tenemos más remedio que interiorizar y agradecer. Aunque tenga ribetes populistas.

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