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Joaquín Rábago

No es oro en Alemania todo lo que reluce

Estamos acostumbrados a ver en Alemania un país modélico en punto a su funcionamiento industrial y económico, sobre todo cuando se compara con otros como el nuestro, y, sin embargo, no es tampoco allí oro todo lo que reluce. La economía social de mercado, clave del éxito de ese país, "ya no existe", afirma el presidente del Instituto Alemán de Investigaciones Económicas (DIW), Marcel Fratzscher, en un libro de reciente aparición del que se hace eco el semanario Der Spiegel en un reportaje titulado "Una nación dividida".

Alemania Federal se ha convertido en uno de los "países más desiguales del mundo industrializado", un país que cuenta entre los perdedores a muchos miembros de la clase media y que "sólo produce bienestar" para una minoría. Mientras que los ingresos de las capas de población mejor situadas han experimentado fuertes subidas en los veinte últimos años, los del 40% menos favorecido de la población no han dejado de disminuir.

El 10% de los alemanes más ricos son dueños de alrededor de dos tercios de las fábricas, los bienes inmuebles y los valores bursátiles en este país mientras que la mitad de la población sólo tiene deudas. El sueño de la meritocracia parece cada vez más alejado y, al igual que ocurre en otras partes, no deja de crecer también en Alemania el número de personas mal remuneradas que no creen que vayan a poder prosperar un día.

El director del Instituto del Mercado Laboral de Nuremberg, Joachim Mölller, citado por el semanario cree que asistimos " a un desperdicio de talentos y facultades que no harán sino disminuir el potencial económico del país". El ascensor social, es decir la movilidad entre clases, parece haberse parado también allí y quien tiene un salario bajo, sobre todo si es de familia inmigrante, está condenado a seguir así toda la vida y, lo que es peor, sin que sus hijos parezcan tener más oportunidades.

En Alemania, como ocurre, aunque en diferentes porcentajes en otros lugares, el hecho de haber hecho estudios superiores es un importante factor de empleabilidad: el paro en ese grupo es de sólo un 2,5%. También es pequeño de un 5% el desempleo entre quienes han terminado con éxito la formación profesional mientras que puede llegar a un 20% en el grupo de los que no lograron acabarla.

El problema para un país industrial y exportador como es Alemania es que muchas veces no se pueden cubrir los puestos técnicos que están vacantes por falta de jóvenes capacitados. Según las últimas estadísticas había a principios de año en el país 614.000 vacantes profesionales, un 18,3% más que un año antes. Según Der Spiegel se buscan 38.000 profesionales de las ventas, 41.000 especialistas en mecatrónica o electrónica y 19.000 expertos en logística y circulación de vehículos.

No es de extrañar que algunos empresarios viesen en la llegada de refugiados bien formados profesionalmente en sus países de origen como podría ser el caso de una parte de los sirios una oportunidad para ir cubriendo esos huecos, que, según todos los pronósticos, van a aumentar hasta alcanzar incluso varios millones dentro de unos años. En uno de sus informes, el Fondo Monetario Internacional estableció una relación directa entre "la desigualdad creciente y la desaceleración productiva", lo que vale lo mismo para países desarrollados como emergentes.

Y la propia OCDE cifra en un 6% del PIB la pérdida de riqueza atribuible a la desigualdad sólo en el caso de Alemania, donde no sólo han aumentado en los últimos años las diferencias salariales y de renta, sino que también han empeorado otros indicadores como el acceso a la educación, a la sanidad o las diferencias salariales entre sexos. Cuando desciende el nivel educativo y formativo de una sociedad, se reduce automáticamente su productividad. Y si esto es cierto de Alemania, tanto más lo será del nuestro, que en tantas cosas sigue estando a la zaga.

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