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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

Semáforos y otras señales

Importan las palabras y los comportamientos cuando son sexistas, aunque lleguen revestidos de la legitimidad que dan los siglos, los diccionarios y la costumbre.

Los semiólogos aficionados están en ebullición. Resulta que en Valencia han instalado unos cuantos semáforos en los que el peatón es una peatona y la caverna se ha puesto de uñas. Una gran polémica en un país en el que la inmensa mayoría cruza por donde no debe porque en los pasos de cebra suele haber coches aparcados. Para más inri, los de Podemos han propuesto quitarle la coletilla ´de los Diputados´ al Congreso, cosa que ha erizado a los filólogos aficionados. Otra gran polémica para un país cuyo Congreso sirve a día de hoy para la lo mismo que la biblioteca de la casa de Gran Hermano VIP. Cuando se habla del sexismo en el castellano enseguida salen los lingüistas amateurs esgrimiendo la famosa economía del lenguaje, y nunca reconocen que les da mucha rabia dejar de usar las palabras que reflejan una sociedad que ya no existe, pero que añoran porque les ponía en el centro. Una sociedad parecida a las escenas de casino de las pelis de Berlanga. Con sus micromachismos instalados en las conversaciones y en la vida misma como ingeniosas cositas sin importancia, que son muy graciosas salvo para las feministas que no tenemos sentido del humor. A mí el término ´micromachismo´ tampoco me gusta porque creo que le resta importancia a actitudes y realidades muy dañinas y que en en otros países con otras lenguas y con grados de evolución muy superiores al nuestro les dejan pasmados. Machismo es perfecto para definir todas las chorradas que una llega a oír al cabo del día y que tienden a relegar, minusvalorar y ningunear a las mujeres y lo que éstas dicen y hacen. A partir de ahí empiezan los macromachismos.

Los semiólogos y filólogos aficionados que escriben ríos de palabras con tesis gramaticales y alusiones académicas cada vez que se produce un amago de avance en materia de igualdad no suelen decir ni pío cuando una mujer es asesinada. ¿Qué les pasa? ¿No encuentran señales que interpretar ni palabras que necesiten una revisión? Hace unos días, una joven de 19 años fue asfixiada por su novio de 22 en Son Servera en lo que representa un fracaso social de enormes proporciones para Mallorca. Relatan que él fue condenado por pegarle y se le impuso una orden de alejamiento que ambos se saltaron. Cuentan que era un pieza violento que la tenía sometida. Que ella paseaba con la cabeza baja un poco por detrás de él, y no hablaba casi para no molestarle, por si se ponía como un bicho. Eso fue lo que ocurrió, pues anularte no te hace desaparecer en los momentos de peligro, ni te blinda contra la violencia. Me interesa subrayar que el asesino de Victoria Sard se entregó acompañado por su abogado. Un sujeto al que describen falto de virtudes y horizontes vitales y laborales tuvo la perspicacia de actuar de forma que le resulte beneficiosa para una futura reducción de la pena después de cometer el crimen.

No hubo semiólogos, ni filólogos aficionados alrededor de Victoria que le insistieran en que la cabeza gacha, el pánico a molestarle si abres la boca, la ropa fea elegida por él, los insultos y los empujones no son sinónimos de amor, sino de maltrato. Esas señales escandalosamente diáfanas, más claras que un semáforo con una tía en verde, no llegaron. Tampoco se atendieron las que debió enviar su asesino. Ahora pueden venir los piscólogos y los sociólogos aficionados a comentar cómo están los jóvenes, madre mía, no sabemos de dónde sacan comportamientos tan machistas. Pues de los diccionarios antigualla, entre otras representaciones sesgadas de la triste realidad.

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