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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

Quién juzga aquí a la Infanta

Un cirujano no puede permitirse el lujo de interrumpir una operación a corazón abierto para retirarse a deliberar. El resultado para el enfermo sería...

Un cirujano no puede permitirse el lujo de interrumpir una operación a corazón abierto para retirarse a deliberar. El resultado para el enfermo sería previsible, y en el quirófano se juega una vida más importante que la suerte judicial de una Infanta de pacotilla, porque es ella. La Audiencia de Balears se ha impuesto la meta inasumible de no dejar nada a la improvisación en el proceso a Cristina de Borbón. El resultado se aproxima al caos. No está en riesgo el prestigio individual de magistradas anónimas, sino la capacidad del Estado para juzgar a la hermana del Rey, y aquí apostamos todos. La carcajada en la prensa nacional no estalló el pasado jueves contra el tribunal, sino contra Mallorca entera. Si lo quieren en positivo, queda revalorizada la instrucción de José Castro en circunstancias mucho más adversas.

No se debate un estilo bronco y pendenciero, sino quién juzga aquí. Ahora mismo, el juicio del caso Infanta está presidido por Diego Torres, a través de su abogado. Dado el precio millonario que hemos pagado por sus anteriores delirios junto a Cristina de Borbón y su testaferro, nos sobran los motivos de preocupación. Si la Audiencia ha decidido que los saqueadores de Mallorca, un extremo harto probado en las jornadas transcurridas, tienen licencia para seguir manejando a la Administración a su albedrío, déjense de deliberaciones y suspendan la función.

La rendición del tribunal ante los abogados caros se emboza en un infinito "derecho de defensa", que comporta el "derecho de ofensa" a los contribuyentes y el amedrentamiento de testigos que bastante compromiso asumen al relatar la verdad sobre miembros de la Familia Real. La pretensión no es anular al cuñado Tejeiro. Por el proceso han de desfilar centenares de personas que ahora se saben desprotegidas por la autoridad judicial. Estarán poco predispuestas a desvelar los recovecos de la trama, mientras se les amenaza con querellas y con el fuego del infierno. La cacareada pena de banquillo se convierte así en una bendición para acusados audaces. El periodismo es la última esperanza de los inocentes, pero también de los culpables.

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