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Columnata abierta

Tratado completo sobre la envidia, en francés

Borges decía que el tema de la envidia era muy español, y que los españoles siempre estábamos pensando en la envidia. Algo debe haber de cierto, porque cuando algo es bueno decimos que es envidiable, aunque sea pecado. Del asunto se ocupó Quevedo, que describía la envidia flaca y amarilla como un perro hambriento, "porque muerde y no come". Unamuno vino a empeorar el diagnóstico de la enfermedad al considerarla mil veces más terrible que el hambre, "porque es hambre espiritual". Sin embargo, que España sea un país de envidiosos no implica que nuestra aproximación intelectual a este pecado capital sea la más prolífica y atinada. Francia nos supera con creces.

En el siglo XVII Jean de la Bruyère escribía que "la envidia y el odio van siempre unidos, y se fortalecen recíprocamente por el hecho de perseguir el mismo objeto". A primera vista encontramos lógica esta relación, pero algo nos dice que no es tan simple. François de la Rochefoucauld confirmó esa intuición al advertir que "la envidia es más irreconocible que el odio". El odio es incontenible e irrumpe con violencia, pero la envidia es un ácido lento, que corroe con el tiempo, y esa misma demora es la que permite ir mutando los disfraces, adaptándolos a las circunstancias. Hay maneras sutiles de camuflar la envidia, pero es imposible hacerla desaparecer. Por eso el gran Molière decía que "los envidiosos pueden morir, pero la envidia es inmortal".

Otro francés ilustre, Pierre Corneille coetáneo de Molière y también dramaturgo acertaba de pleno al relacionar la envidia con el rencor, porque "un envidioso jamás perdona el mérito". Esta apelación a la memoria es muy atinada, porque los celos pueden pervivir en el envidioso más allá del posterior fracaso, o incluso la muerte del envidiado. La envidia supone una condena a cadena perpetua para el que la sufre, y ni siquiera es revisable, porque siempre aparece un motivo para desenterrarla. Finalmente, el genio de Víctor Hugo introdujo una última vileza asociada a la envidia: la ingratitud. Para el autor de Los miserables, un envidioso es "un ingrato que detesta la luz que alumbra y le calienta".

La envidia es uno de los siete pecados capitales, y éstos se consideran así no por su magnitud, sino porque son el origen de muchos otros vicios. Odio, falsedad, rencor, ingratitud? todas estas flaquezas han sido asociadas a la envidia por algunos de los prohombres de la gran Francia. Pero seamos justos: si Celia Villalobos y Leire Pajín han sido ministras de Sanidad en el Reino de España, tampoco vamos a exigir a las de la quinta República Francesa un conocimiento exhaustivo de las cumbres del pensamiento y la literatura de su país. Sin embargo, sí es necesario mostrar algo de vergüenza. Roselyne Bachelot, exministra de Deportes y Sanidad en uno los gobiernos de Sarkozy, ha declarado que "se sabe que la famosa lesión de Rafa Nadal, cuando estuvo parado siete meses, se debe en realidad a un control positivo". Lo dijo en una tertulia televisiva. La experiencia me dice lo fácil que resulta meter la pata en el fragor de una batalla dialéctica, o por elevar un poco el tono de un debate alicaído, o simplemente por tratar de liarla parda. Pero pasados unos días, Bachelot se ha reafirmado en sus palabras, confirmando que no fue un calentón bajo los focos del plató. Dice además sentirse "halagada" por el interés que ha mostrado Nadal por sus palabras, y que sólo se hizo eco de comentarios que oía por ahí. Si el propósito era sembrar dudas sobre el honor profesional del tenista esta señora es una completa imbécil, una ignorante sin remedio. Me explico.

La carrera de Nadal ha sido un auténtico calvario de lesiones, mucho peor que el de la mayoría de tenistas profesionales. Desde el año 2003 las ha sufrido de todos los colores: fisura en el codo derecho, en el escafoides del pie izquierdo y sus complicaciones posteriores que casi lo retiran en los primeros años de su carrera, tendinitis en la inserción del cuádriceps, la espalda, los abdominales, una apendicitis, la muñeca derecha? y por supuesto sus rodillas. De todas estas desapariciones del circuito la idiota de Bachelot tuvo que elegir la de 2012. Y entiendo que esa elección haya resultado especialmente dolorosa para Nadal y su entorno. Eduardo Anitua es el médico e investigador que trató aquella lesión, y además es paisano mío, de Vitoria. Es un hombre sencillo y amable, con el que pude conversar en París un bochornoso domingo de junio en 2014. Recuerdo que en la mesa de al lado estaba sentado el hermano de Novak Djokovic con unos amigos. Esperábamos el comienzo de la final de Roland Garros, y entonces me explicó con palabras sencillas algo escalofriante. Lo que estaba en juego en 2012 no era la continuidad de Nadal en la élite del tenis mundial. Lo que aquel tendón rotuliano agujereado y con principio de necrosis ponía en riesgo era una vida normal para un chico de 26 años, sin bastón ni cojera crónica. Tras Molière, de la Bruyère, Corneille, de la Rochefoucauld y Víctor Hugo, sólo falta que otro genio galo relacione la envidia con el cretinismo para que la majadera de Bachelot disponga de un tratado completo sobre su pecado. Eso sí, en francés.

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