Dos son las acepciones que otorga nuestro diccionario de la Real Academia Española de la Lengua a la palabra "girigay", la primera refiere que se trata del griterío y confusión que resulta cuando varios hablan a la vez o cantan desordenadamente, la segunda dice que es el lenguaje oscuro y difícil de entender. Ambas acepciones son perfectamente aplicables a nuestra actual situación, no sé si llamarla política, a la que se está sometiendo a este país, tras lo sucedido en lo que se ha venido en denominar el templo de la soberanía popular y alrededores, que por lo que se ve, y salvo error de este modesto escribidor, se trata de un montón de pequeñas soberanías particulares.

Voy a intentar describir lo que se percibe, mejor dicho lo que percibo, desde la periferia de la política nacional, lejos de declaraciones de unos y de otros, o quizá gracias a ellas:

Al parecer el asunto se trata de que hay cuatro grupos (a efectos de esta mi opinión me disculparán otros grupos políticos con menor número de diputados el que les mantenga de momento aparte de este razonamiento), a los que para no herir sensibilidades denominaré A, B, C y D; que visto que los ciudadanos han tenido a bien establecer que ninguno de ellos pueda tener, por sí solos, la voz cantante en el asunto ese del mando en plaza, se ven, todos ellos, obligatoriamente obligados a practicar eso, a lo que todos aluden, llamado "dialogo", aún cuando todo indica que lo que se quiere decir es "monólogo". Llegados al caso del trámite parlamentario lo sucedido acredita que A quiere que B y C, hablen y hasta pacten con él, pero eso si siempre que se avengan a que mande A; por su parte C, dice a B que no tiene que hablar con D, y que con A, no debe ni tan siquiera mantener contacto visual; por su parte B y D han conseguido llegar a un entente cordiale, que no analizaré si es buena, mala o medio pensionista, pero que es lo más parecido a una muestra de capacidad negociadora que se ha dado hasta ahora, y tal parece ese éxito de coincidencia consigue poner de acuerdo a A y C, pues ambos, no solo consideran que ese pacto es malo, muy malo, sino que además A y C, que dicen estar en posiciones absolutamente opuestas, deciden votar en comandita para que el acuerdo entre B y D, no sirva para resolver la situación de desgobierno, haciendo aquello de votar igual pero en sentido contrario, tan difícilmente entendible para la ciudadanía, lo que en realidad se traduce en un pacto de facto de ayuda mutua entre aquellas dos letras.

Como decía aquel, así han sido las cosas y así se las cuento.

Y ahora estamos en el asunto de cargarse unos a otros las culpas de no negociar, de no pactar, de no permitir el encontrar un camino adecuado del que podamos beneficiarnos todos; y así los unos por los otros, la casa sin barrer.

Es tal esa especie de Sálvame Deluxe de la política en el que, unos y otros, han convertido estos últimos días al Congreso de los Diputados y su aledaños televisivos, más parecido a los avatares de una relación de amores, desamores, celos y desplantes de amantes despechados, que a lo que debiera ser el decidir algo tan importante como la gobernación del Estado, que debido a ello se nos regala, día sí y el otro también, con todo tipo de manifestaciones de indignación con la actitud del otro, sin darse cuenta los dichos manifestantes que sus propios argumentos, como no pocos cuchillos, corta tanto por un lado como por el otro, y por ello son del todo aplicables con sus propias actitudes y hasta aptitudes.

Uno entiende, quizá dejándose llevar por su ingenuo sentido común, que A y C, viendo que no pueden por si solos llevar adelante sus planes políticos, dada su declarada incapacidad a participar en ese pacto en la medida de los acuerdos en él contenidos, si podrían, una vez formado un gobierno en minoría de B y D y alguno más, intentar influir en todas y cada una de sus decisiones, resoluciones, normas y leyes que aquel gobierno minoritario pudiera llevar al Congreso, entre otras cosas porque eso es lo que ocurre cuando se tiene un gobierno sin mayorías absolutas, pero con la necesidad de escucharse los unos a los otros, pero muy al contrario el espíritu que se percibe es: o todo o nada.

Ahora todos se tiran a la cabeza los trastos, adjudicándose la culpa de no permitir la gobernabilidad del país, cuando lo realmente perceptible es que todos, unos quizá más que otros, parecen remar en la dirección contraria. Volviendo a utilizar el ejemplo de la crónica rosa, uno no termina de entender como él que le da un "no" al que le propone en matrimonio, o por lo menos una convivencia medianamente aceptable, cuando ve que el rechazado novio se decide por la "otra" dada su propia negativa, se cabrea como una mona y reparte venablos, descalificaciones e insultos entre el ex y a la nueva.

Si todo aquello no fuera suficiente causa de enfado en los votantes, ahora dicen por ahí que unas nuevas elecciones, a las que se huele en el aire vamos de cabeza, por que todos aquellos a los que pagamos su sueldo para que hagan su trabajo, han decidido no hacerlo, nos van a costar a todos los españolitos, grandes y pequeñitos, algo más de 160 millones de euros; desconozco si la cifra es correcta o no, pero sí lo es eso significa unos 3.480 euros, euro arriba euro abajo, a pagar a escote; o sea que los que por ahí se alegran, arrimando el ascua a su propia sardina, de que tengamos que acudir a unos nuevos comicios sepan que el depositar la papeleta en la urna con un voto, que si los bailarines del Congreso no cambian en sus formas y maneras, no valdrá para nada, a ese votante le costara esos 3.480 euros de su impuestos. Así que ya ven, en eso de la política también hay sobrecostes sobrevenidos, también para el ciudadano.

No me digan que, llegados a este punto, no les entra a ustedes unas ganas locas de imitar a nuestro insigne Fernando Fernán Gómez y mandarles a todos a la mierda.

(*) Abogado