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Daniel Capó

Radio Benjamin

Afinales de los años veinte, poco antes de la llegada al poder del nazismo, el filósofo alemán Walter Benjamin se dedicó a realizar programas radiofónicos para niños. En ellos, leía cuentos infantiles, reseñaba libros, reflexionaba sobre las injusticias sociales y hablaba acerca de los grandes desastres naturales de la historia. Recientemente, la editorial Akal ha publicado los guiones de estos programas bajo el título de Radio Benjamin. Es un libro curioso y punzante a la vez, pensado para ser leído en voz alta a los niños, en un ambiente familiar, como imaginamos que se debía escuchar la radio en aquellos años. Uno de los capítulos trata sobre la caída de Pompeya, otro sobre la cárcel de la Bastilla, otro más sobre Kaspar Hauser o los contrabandistas de alcohol en los Estados Unidos. Benjamin escribe desde el doble respeto que le merecen los niños y que debe a su vocación de filósofo. No vulgariza los guiones, no los convierte en malos sucedáneos de la cultura o del pensamiento, sino que simplemente busca reflexionar con los niños sobre el misterio de la vida. Y lo hace, claro está, con los ojos abiertos de la fascinación.

Al leer el libro percibimos todo lo que se ha perdido por el camino. Los guiones de Benjamin contrastan con la pedagogía al uso, condicionada por el mercantilismo de las grandes casas editoriales, el infantilismo barato y la retórica de la corrección política. Si uno piensa en los libros que se publican para niños (y jóvenes), puede observar dos tendencias predominantes: por una parte, una neoliteratura banal y facilona de Geronimo Stilton a Los diarios de Greg; y, por otra, las novelas y los cuentos basados en una sentimentalización de los valores que, sencillamente, rehúyen la realidad. O, peor aún, la ocultan.

El debate sobre la literatura infantil y juvenil no es muy distinto a las controversias de hoy en día sobre la educación pues, no en vano, educar consiste, sobre todo, en enseñar a leer bien. Los países con buenos resultados académicos son aquellos en los que se trabaja la lectura a todos los niveles, sin prejuicios ideológicos y, por lo general, en voz alta, prestando atención a la prosodia. La pedagoga sueca Inger Enkvist ha explicado a menudo que en Finlandia el fracaso escolar se combate leyendo más, lo cual no significa que el alumno deba aprender a leer antes, sino sencillamente que se le debe exponer más a la oralidad de los relatos. Las bibliotecas, los libros y la lectura construyen la cultura y sedimentan la curiosidad. En cierto modo, se podría afirmar que los límites de nuestra biblioteca marcan las fronteras de nuestro saber. Por supuesto que se puede ir más lejos, pero no mucho más.

Cuando Walter Benjamin conversaba en la radio con los niños sobre el terremoto de Lisboa, el contrabando de alcohol o el incendio del teatro de Cantón acudía a la sustancia de la Historia, no la ocultaba ni convertía en un pelele maniqueo. Creía en el valor de la Ilustración como guía individual y social, como herramienta de humanidad. Una de sus citas más conocidas sostiene que "somos pobres en historias memorables". Enriquecernos con relatos de calidad debería formar parte de cualquier modelo pedagógico que se preciase. Más, mucho más, que la idolatría hacia los nuevos artilugios tecnológicos, o el marketing engañoso de las "inteligencias múltiples", o la vacía falsedad de una literatura políticamente correcta que lo único que consigue es acabar alimentando la cultura del resentimiento.

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