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Jose Jaume

Avance imparable

La crisis política del sistema avanza imparable: las dificultades para formar una coalición de gobierno es un elemento más, y no el fundamental, de la misma. Las estructuras institucionales básicas crujen; los partidos, todos, sin excepciones, están cuarteados, porque es el sistema el que no da más de sí. Las semejanzas con los años crepusculares de la primera Restauración, los anteriores al pronunciamiento militar del general Primo de Rivera, en septiembre de 1923, son evidentes: quebrado el turno de partidos entre liberales y conservadores, se entró en la fase de descomposición acelerada, presidida por gobiernos débiles, que apenas duraban meses.

La fortaleza del bipartidismo, eje de la Restauración, dio paso a un multipartidismo que paralizó el sistema. El bipartidismo de la primera Restauración naufragó al ser incapaz de encarar las reformas que España requería, las que, entre otros, intentó sin éxito un conservador lúcido como fue el mallorquín Antonio Maura, en las antípodas del actual conservador que preside en funciones el Gobierno, el gallego Mariano Rajoy, imposibilitado de entender lo que acontece.

La segunda Restauración, inaugurada con la Transición política abierta tras la inacabable dictadura del general Franco, naufraga por carencias semejantes a las de la primera: parálisis política y crisis institucional, que arrastra incluso a la Corona, zarandeada por vicisitudes de parecido nivel a las que pusieron contra las cuerdas a Alfonso XIII.

Hay quien ve otras similitudes, concretamente con las de los meses previos al golpe de Estado de julio de 1936 que precipitó a España en la Guerra Civil. En el diario El País, Félix de Azúa evoca las once cartas que el presidente Manuel Azaña escribió en 1939, con la guerra perdida para la República, desde su exilio francés, en las que, con una lucidez extraordinaria, a pocas semanas de su muerte en la Francia del colaboracionista mariscal Petain, analizaba las causas del hundimiento republicano. Azaña afirmaba que la guerra se había perdido por la cobardía de Francia e Inglaterra, el caos criminal desatado por la extrema izquierda y la traición de los nacionalistas catalanes. Azúa precisa que las once cartas constituyen un documento político e histórico extraordinario, y enfatiza que lo que sucede hoy guarda parecido con aquel convulso y trágico período, sólo que ahora no estamos ante una nueva tragedia, tan comunes en la historia española, sino ante una farsa.

Algo o mucho de farsa sí tiene lo que estamos viviendo desde las elecciones del 20 de diciembre. Los farsantes son perfectamente identificables: el primero, Mariano Rajoy, que es quien contribuye con más denuedo a ahondar la crisis institucional, al negarse, contra toda evidencia, a no dar por concluida su peripecia política. Rajoy ha optado por no entender que está ligado a una época que ha periclitado. Albert Rivera ha sido certero al decir que el presidente del Gobierno en funciones no puede regenerar España. Desde el día del "Luis, sé fuerte" y el "hacemos lo que podemos" quedó incapacitado. Si el PP no fuerza su salida le acompañará cuando desaparezca por el sumidero.

Tampoco el PSOE está protagonizando uno de sus mejores momentos, pero hay que convenir que su secretario general sí parece atisbar que los tiempos son otros, que hay que acomodarse a ellos. Lo está haciendo: al presentarse a la investidura, que sabía que tenía muchas posibilidades de fracasar, al menos se ha ganado el futuro, siempre que su partido, tan cuarteado como el PP, se lo permita. Los socialistas se confrontan con una situación muy difícil, y es Pedro Sánchez, quién lo iba a decir, el que puede sacarlos del atolladero, parecido al que, tras las elecciones de febrero de 1936 que dieron el triunfo al Frente Popular, el PSOE fue incapaz de esquivar, porque uno de sus líderes, Francisco Largo Caballero, impidió al que más luces poseía, Indalecio Prieto, hacer lo que el momento político demandaba: formar un gobierno sólido con Manuel Azaña. Conviene preguntarse quién es hoy Largo Caballero y quién Indalecio Prieto en el PSOE. Quiénes son los que en el partido socialista han apostado su supervivencia al naufragio de Sánchez.

Sucede que la crisis avanza sin hallar efectivos diques de contención, por lo que hay que reiterar que son todos los partidos los concernidos: los acampados a la izquierda del PSOE no están saliendo indemnes. Nada hay que añadir al estrepitoso desmoronamiento de Izquierda Unida. Es patético escuchar a Alberto Garzón exhibir el millón de votos consechado para justificar la escuálida renta: dos diputados. En cuanto a Podemos, las responsabilidades que deberá asumir van a ser de envergadura: Mariano Rajoy sigue en la presidencia del Gobierno, en funciones, pero en Moncloa, porque Pablo Iglesias así lo ha querido, incapaz de dar paso a la sensatez que le han reclamado nada menos que la alcaldesa de Madrid Manuela Carmena y el fiscal Jiménez Villarejo. De ellos debería haber aprendido a no anteponer su desmesurada soberbia y su no menos elefantiásica demagogia a la urgencia del cambio. Iglesias, que en algún momento pudo ser el modernizador que encarnó el mejor Azaña, se adentra velozmente por el camino que conduce a ser un trasunto de Largo Caballero y Alejandro Lerroux, la bestia negra de la Segunda República.

Es mucha la responsabilidad que atañe a Podemos, a sus líderes, en los que una parte sustancial del electorado español, seguramente una de las más dinámicas, ha depositado muchas esperanzas. Pablo Iglesias se asemeja a Mariano Rajoy en no querer entender lo que está sucediendo. No puede ser disculpado, puesto que un politólogo como él, ha de haberse dado cuenta de que la capacidad de actuación de la que dispone, y decisiva, se le escurrirá de las manos si sigue con sus desatinos: cierto que su fuerza electoral le posibilita entrar en un gobierno de coalición, pero no imponiendo sus condiciones, vetando a quienes descarta de antemano y sin aceptar que las reglas no son exclusivamente las suyas. El lerrouxismo de Iglesias es letal para Podemos: o lo yugula o acabará por esterilizarlo como fuerza política.

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