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La trompa de Trump y la nueva política

La nueva política ha devenido allá por EE UU en un debate sobre el tamaño de la verga de Donald Trump, que se jacta de contar con una de dimensiones comparables a la trompa de un elefante. Será que algunos políticos piensan con la cabeza pequeña cubierta por el prepucio, de entre las dos disponibles en el organismo de los varones. La de arriba, según parece, la usan para embestir.

La última embestida del tal Trump se produjo durante un coloquio en el que los candidatos a la presidencia americana se afeaban su baja estatura y el tamaño de otras partes de su cuerpo. Cuando uno de sus contertulios comentó que tenía las manos pequeñas, el aspirante republicano no pudo contenerse. "Si quieren sugerir que tengo otra cosa pequeña, ya les garantizo que no", dijo muy ufano Trump. Y qué les importará a sus electores o electoras si el tipo del peluquín está bien dotado o no de trompa.

No ha de sorprender que este tipo de preocupaciones por el sexo aflijan a un político en permanente estado de cabreo como Trump. A menudo la irritación es consecuencia de la escasa actividad sexual, cuando el esperma no liberado por sus cauces naturales se embalsa en el cuerpo y provoca ese síndrome que Lope de Vega definió como la "cólera del español sentado". O lo que ahora se conoce como malfollado/a, por decirlo con más modernos y abruptos términos.

Sucede esto con la mayoría de los líderes de la llamada "nueva política", que pueden ser de extrema derecha como Trump o Marine Le Pen; y de extrema izquierda como ese o esos en los que el lector está pensando. Más allá de tan nimias diferencias ideológicas, lo que los iguala es el ceño siempre fruncido y la infantil tendencia a llamar la atención con discursos incendiarios, amenazas, proclamas grandilocuentes y, si preciso fuere, besos en el Congreso o petulancias sobre el tamaño del pene.

Payasadas como estas eran típicas de la política en los años treinta del pasado siglo, cuando el italiano Benito Mussolini presumía de fatigar a una mujer cada noche y a un caballo cada mañana.

Lo de ahora en Estados Unidos llama algo más la atención, ya que se trata de la superpotencia actualmente en ejercicio y, por lo general, los americanos gastan fama de ser gente puritana y poco dada a hablar de estas cuestiones. Trump ha echado por tierra esta imagen, para desolación de su propio partido.

Aquí andamos todavía en la fase de los besos en la boca entre diputados, que es por comparación un pellizquito de monja, un querer epatar al burgués ignorando que los burgueses ya no se sorprenden por nada.

De tan altas potencias como la norteamericana cabría esperar algo más de nivel, pero esto es lo que hay. A cambio, Trump que ya no está en edad ha reabierto sin pretenderlo la vieja polémica sobre la importancia de ciertos tamaños que el poeta y cantante Javier Krahe había zanjado ya en su momento. Krahe le quitó dimensión al asunto apelando a la experiencia personal de su propio aparato: "Si alguna vez hubo reproches fueron, en resumen, por su rendimiento y no por su volumen".

Ahí está probablemente la clave. Lo que se les pide a los políticos, como a los amantes, es que ofrezcan rendimiento en el desempeño de sus funciones, sin que importe al elector el tamaño de su ego o el de su verga. Pero eso sería tanto como pretender que piensen con la cabeza de arriba y no con la pequeña. La nueva política, en fin.

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