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Norberto Alcover

Tiempo de mujer

De un tiempo a esta parte y más allá de obligatorias obsesiones genéricas, son muchas las mujeres que reivindican "un lugar en el mundo", como si desde siempre no lo tuvieran en función de su rol familiar y sobre todo maternal. Está claro que la mujer actual, en tantos casos, no presupone que el ideal de su vida sea la maternidad, pero aún así, mantiene su instinto, que no es peculiaridad meramente cultural. El cómo enfrenten las mujeres de los países desarrollados esta cuestión, decidirá el porvenir histórico de tales países, en la medida en que la inmigración aumenta y con ella el número de hijos e hijas sobrevenidos. Supongo que el comentario es evidente y para nada molesto. Lo que es imposible es la pretensión de que nuestras sociedades permanezcan vinculadas a su identidad histórica y a la vez nuevas generaciones foráneas nos inunden y con todo el derecho del mundo. La natalidad, guste o disguste, acabará siendo el factor discriminante de la estructura futura más allá de nuestras consabidas seguridades. Pero vamos a lo que de verdad nos interesa: el lugar de la mujer en el mundo. Que ojalá adquiera carta de ciudadanía como preocupación del conjunto.

No voy a detenerme en la subordinación todavía dominante del hombre sobre la mujer en la vida profesional, porque es evidente. Tampoco en la brecha salarial, una de las barbaridades más sangrantes de nuestra sociedad. Tampoco en el conflicto entre maternidad y trabajo en el caso de la mujer, que provoca también una disminución en el número de hijos. Y en fin, hasta qué punto y en la Iglesia de Jesucristo, nacido de mujer, la mujer no ha obtenido el lugar que le corresponde como hija de Dios bautizada en la mayoría de los casos. Un asunto que, desde hace décadas está sobre el tapete pero que no acaba de obtener solución adecuada y convincente por razones nada teológicas antes bien relacionadas con una serie de complejos masculinos. Sobre todo el provocado por el pánico a la pérdida de poder. Está claro, a su vez, que la mujer asciende, escalón a escalón, en la pendiente de la vida profesional, social y familiar, y que, en su momento, conseguirá alcanzar al hombre. Pero esta esperada situación llevará tiempo, dolor e intentos de ralentizar el proceso. Razón de más para que todos los que estamos por defender este acto de pura justicia, trabajemos sin descanso en la promoción de nuestras compañeras de creación y de vida. Porque nuestra colaboración, en todos los órdenes, es fundamental para que consigan el éxito debido. Ellas son las necesarias protagonistas de sus aspiraciones. Pero nosotros, los hombres, podemos abreviar el tiempo de espera y también hacerles más llevadero el espacio de lucha y de paciencia histórica. En esta tarea encontramos la complementación urgente, más allá de otras pretendidas complementaciones mucho más sencillas pero no menos ineficaces. En este ámbito, debemos jugarnos el tipo cada vez con mayor decisión y valentía.

Los que tenemos unos años, también tenemos mayor responsabilidad. Entre quienes están en plena ascensión a lo largo y ancho de las aspiraciones de todo tipo, puede que la generosidad disminuya por razones obvias. Nosotros, sin embargo, ya hemos recorrido el camino histórico correspondiente, tenemos acumulada experiencia, puede que hayamos obtenido nuestro "lugar en el mundo" de forma positiva, y por estas razones podemos colaborar en la tarea de que las mujeres más jóvenes encuentren apoyo para introducirse en una sociedad cruel a la hora de situarse laboralmente. Para esta trabajosa colaboración, solamente necesitamos voluntad y ausencia de egoísmo, conscientes de que la mujer tiene derechos iguales a nosotros y de que la sociedad será mejor cuando hombres y mujeres compartamos decisiones de cualquier tipología. En mi caso, procuré durante mis años universitarios, ser sustituido, al abandonar un trabajo, por mujeres de cuya capacidad me constaba. Nuestra universidad madrileña alcanzó hace años una pretendida paridad pero de forma natural, es decir, dando cabida por igual a jóvenes de ambos sexos, en igualdad de condiciones y además de capacidades. El resultado es óptimo y nuestra educación mucho más completa. Es un detalle, pero significativo.

Puede que nos falte trato entre ambos colectivos. Me refiero a ese trato social permanente, que produce la conjunción de pareceres, de emociones existenciales, de intereses históricos, hasta proceder como un solo colectivo con identidad de utopías. Dada la pluralidad de formas familiares, de pareja, de maternidad, y tantas cosas más, el universo femenino tiende a acentuar su identidad un tanto a solas, precisamente por la confrontación que todo lo anterior conlleva. No es positivo para nadie, y haríamos bien en superar este muro hasta sustituirlo por un mar de comprensión en la vida corriente. La clave radica en pretenderlo y hacerlo acto seguido. Sin dilación. En la Iglesia, es una de las más llamativas asignaturas pendientes. Que, además, evitaría muchos problemas que a todos los creyentes conciernen. Porque la historia eclesial corre en y desde la historia humana, y en ella descubre esos "signos de los tiempos" que el Vaticano II urgió y tantos pretenden oscurecer. Es tarea de todos y todas.

Hace dos días celebrábamos el día de la mujer. Como escribía antes, a todos nos ha llegado este "Tiempo de mujer" que ambiciona un mundo diferente e innovador. El mundo dominante masculino ya ha dado de sí cuanto podía, y no es, en la actualidad, precisamente brillante. Es el momento de que, todos a una, procuremos dar un salto cualitativo e implantar lo femenino en el núcleo de nuestras vidas y de nuestra sociedad. Sobre todo nosotros, los que pintamos canas.

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