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Detalles importantes, pero no tanto

No sé si me he perdido algo, o si hay un olvido generalizado entre los protagonistas de la actualidad. O si el descuido también aparece entre quienes opinan sobre la política española. Cunde la impresión de provisionalidad entre todos pero, para mí, es una provisionalidad sesgada. Es provisional el Gobierno de Rajoy y son provisionales todas las perspectivas sobre el posible nuevo presidente de Gobierno, sobre el acuerdo entre partidos y sobre la conveniencia de nuevas elecciones.

Pero entre tantos "tal vez" y tantos "podría ser", no veo referencias a la provisionalidad de cualquier solución que se encuentre a las incógnitas que tanto se discuten ahora.

Es posible que haya una gran mayoría de ciudadanos que consideren necesario modificar la Constitución. Y, con seguridad, casi todos los partidos defienden esta necesidad; la única excepción a medias es la del Partido Popular que, si por él fuera, no cambiaría nada. Pero, advirtiendo lo sólo que se encontraría si no apoyara el cambio, traga saliva y acepta.

Claro que hay diferencias. Porque algunos sólo querrían algunos cambios cosméticos, más en la letra que en el espíritu, mientras que otros preferirían un vuelco de importancia, tal vez no tan drástico como los partidarios del miedo intentan hacer creer, pero significativo sin duda.

Tal vez, el objetivo más importante de los cambios sea el relativo al Senado. Nadie se atreve a defender su estructura actual, un armario donde esconder, en un retiro dorado, los viejos y caducados residuos de gobiernos anteriores. Algo parecido ocurre con las Diputaciones que, si bien cumplen alguna tarea medianamente útil, su existencia es simplemente redundante. Porque no faltan otras instituciones que, sin mayores esfuerzos, podrían llenar perfectamente su hueco. Las Diputaciones también son cómodos retiros para políticos amortizados.

No hay duda de que estos dos cambios serán dolorosos y de hecho, quienes hoy se atreven a defender su permanencia, sólo defienden sus privilegios, presentes o futuros. Les va doler. Vaya que si.

Claro que, en relación con el Senado, el cambio puede ser radical, la desaparición, pero también funcional, para convertirlo una verdadera cámara de representación regional en la que, tal vez, se podrían resolver algunos de los problemas más graves del momento y de los que se ven venir. Cataluña sólo es el primero de la fila.

Pero sea como sea, cualquier cambio en la estructura del Senado será todo menos trivial. La consecuencia automática de un cambio constitucional mayor será la disolución del congreso y la convocatoria de nuevas elecciones. Así que, sea cual sea el futuro inmediato, tanto si se llega a un consenso ahora, como si hay que esperar a junio, cualquier gobierno que aparezca será provisional. Supongamos que la nueva redacción tardase un año, que parece más que suficiente. Pues esa será la duración de cualquier gobierno que aparezca, bien sea hoy, bien sea en tres meses. De esta forma, pasaremos del gobierno provisional de Rajoy al gobierno provisional de Sánchez, o de cualquier otro.

Y, a pesar de todo, los candidatos, sus adversarios y también todos los que opinan, están peleando por detalles, diferencias más o menos grandes entre los programas propios y los de los competidores, pero , en resumen, bobadas. Detalles importantes, pero también nimios.

La tarea más inmediata de cualquiera que salga, bien en las próximas semanas, bien a partir de unas nuevas elecciones, es la de calcular cuánto y con qué apoyos tendrá para modificar la Constitución. Importa poco el color de quienes se pongan de acuerdo. Lo que de verdad debieran estar definiendo y negociando ahora es la extensión de los cambios en la más importante de las leyes. Otras cosas también son importantes: derogar la ley mordaza, la LOMCE, la ley electoral, los contratos de trabajo, la Hacienda? Si, muy importantes. Pero lo primero es lo primero.

Llevamos casi treinta años elogiando la sabiduría de los próceres que redactaron la Constitución vigente. Si en un año, más o menos, tuviéramos una Constitución renovada, nos acordaríamos durante otros tantos años de quienes fueran los padres del cambio. Al contrario, cualquier ley de segundo orden volverá a ser derogada y promulgada de nuevo por el gobierno de turno. Todos serán cambios importantes, pero fácilmente olvidables. ¿Alguien recuerda cada una de las siete leyes de educación que se han promulgado en los últimos treinta y cinco años? Muy pocos, si hay alguno. Y mucho mejor así. El olvido de las estupideces es una gran terapia para la cordura.

Volviendo al principio, no sé si me he perdido algo, o si hay una miopía generalizada, no sólo entre los protagonistas de la política, sino también entre quienes expresan sesudas opiniones sobre la actualidad del país. Pero si me lo preguntan, el cambio que de verdad hay que acordar es el de la Constitución. Todo lo demás son detalles. Importantes, sí. Pero menos.

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